El lugar seguía exactamente igual. Las mismas colillas de cigarrillo, las botellas vacías, los mapas corroídos por las lluvias, los rayones de plumones deteriorados, el techo lleno de polvo y una libreta escondida entre la escalera. Todo estaba exactamente igual que la última vez. Todo menos yo. Miraba el mismo cielo, en el mismo lugar, en el mismo frío, en el mismo paisaje tan familiar, pero no la misma oscuridad. No la misma persona de ayer. De repente todo lo que fui ahora era suciedad en un tejado, una colilla desechada, una botella rota, una libreta llena de palabras viejas que desaparecían y perdían sentido. De repente todo lo que fui era polvo en el viento. Era una memoria muerta… pero aquí estaba, viva. La persona que era ayer me hubiese juzgado, hubiese perecido, sin embargo, soy otra persona.
He perdido quién era, pero gané a algo mejor que eso. Soy mucho más que el cuerpo frágil que me sostiene, que esta frágil realidad. Ahora entiendo las palabras de quien fui, el por qué de mi escisión. He recorrido demasiadas veces este camino como para detenerme a pensar en la decencia. O en la decadencia. Quiero conocer todo aquello que le pertenece a la divinidad. Ahora comprendo lo necesidad oculta en los contrarios. La oscuridad es tan necesaria como la luz lo es, porque ninguna podría existir sin la otra. No soy la peor persona, pero tampoco soy la mejor. Al menos, por una noche, sé que estoy salvo. Que soy capaz de hacer uso de mi entendimiento. Y eso me basta para poder vivir un día más. Eso me basta para vivir una vida más.