Lodo por Gabriela Cano

El lodo no es un problema. Se pueden hacer pasteles de lodo. En el receso, en mi escuela, jugábamos a eso: en una montaña de tierra, hasta arriba pones tu codo y luego agua. Luego lo puedes adornar con hojitas de jacaranda. Muchas veces los arrojamos a la pared. Corríamos, entonces, sin ver quién gritaba. Nos escondíamos entre los árboles. Se siente como hacer algo mal que está bien. Una vez me caí en el lodo. Pero era más bien un hoyo de esos para las cisternas.

Me cuesta dejar de jugar aunque todo parezca indicar que ya debo comportarme. Todo inició cuando no podía cortarme el pelo. Aquello que somos, en algún momento, se convierte en un peligro o siempre lo ha sido.  Las ganas de jugar basquet o salir en bici. Qué te paso en la rodilla,  por qué tienes la piel de ese color. Me quemaba la cara de ponerme en el sol. Me hubiera gustado ser un insecto palo. Que nadie me distinguiera.

Ese día era viernes. Iba por un mandando, gran diversión.  En lugar de pasar por un lado, de la construcción, pase por encima de una tabla. Crucé como en las pelís de acción. Pero nunca fui hábil. El cuerpo siempre tarda en coordinar el crecimiento de sus formas y jala al piso constantemente. Me pegaron por eso. Los golpes son, a veces, una forma de no lastimar. Otras un recordatorio de que se está lastimado.  Los padres crecen junto a nosotros con el miedo de no dar lo suficiente. Cuántas veces se sienten así.

Años más tarde leí Dónde deben estar las catedrales en la historia hay un relato muy parecido a esto que me ocurrió. Un niño se pone el espejo de su Madre debajo de la quijada. Eso le permite caminar mirando el cielo hasta que le da la impresión de ir entre nubes (una superficie de plata, dice el personaje). Qué sensación más hermosa, recuerdo. Hasta que en una de esas todo se vuelve muy real y cada paso es un hundirse y se vuelve pesado hacerlo. Entonces, el personaje vuelve la cara al piso y se da cuenta de que está en el corral de su casa hundido hasta las rodillas de estiércol de vaca.  Más que el desencanto: no retardar el milagro realizado es lo que duele.

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