Rembrandt, la luz dorada del Barroco neerlandés por Mario Macedo

En el siglo XVII, Ámsterdam era la Nueva York de la época. Y tal vez, como la Gran Manzana de hoy, compitió con otras ciudades por la primacía de la capital del mundo; en el comercio, la riqueza y el poder simbólico dado por ser una metrópoli y por tener un fuerte sistema cultural,principalmente iconográfico, que celebraba su prosperidad. Era la «Edad de Oro», pero Ámsterdam aún tenía que pasar algo para cerrar el círculo de su supremacía, algo que tiene que ver precisamente con la pintura, la máxima expresión cultural de esa primacía. El tema de la época son los burgueses, que se distancia claramente de la pintura tradicional del resto de Europa, que se centra en temas religiosos.

En algún momento, sin embargo, llega Rembrandt y todo cambia. En sus obras, busca la luz y también encuentra movimiento. Persigue la verdad, la realidad, y encuentra esas fuerzas oesos simples gestos que hacen que esa realidad sea verdadera. Todo vibra, desde las posturas hasta los detalles, las expresiones severas y los destellos de piedras preciosas que adornan las coronas de sus mujeres. Sus dibujos también vibran, obras excelentes y también muy variadas, a veces creadas con ese estiramiento fragmentado y obsesivamente repetido y otras veces menos sutiles, aparentemente fluidas, pero en realidad casi nerviosas. Sorprendentemente moderno para la época.

Muchos de estos dibujos y diferentes óleos se exhiben en el Rijksmuseum de Ámsterdam en la hermosa exposición «Late Rembrandt». La exposición cuenta el poderoso giro con el que Rembrandt impresionó en la pintura de su tiempo, ya que se centra en los últimos 15 años de la vida del artista. Aquellos en los que la búsqueda de luz se adquiere, pero aún no se ha agotado, años en los que Rembrandt no deja de experimentar, permitiéndose algunas empresas que resultan ser herramientas lingüísticas innovadoras. Es uno de los primeros en manipular una imagen con una paleta e incluso con un cuchillo pequeño, como lo atestigua “Lucretia”, un óleo magnífico cuya solemne perfección esconde intervenciones imaginativas y repetidas, y “La novia judía”, que es todo un conjunto de luces parpadeantes, telas plisadas y joyas brillantes. Una imagen llena de significados, la de la novia, protegida por el tierno gesto de su esposo que toca con cariño el vientre de la mujer. Lo suficientemente tierno como para hacer que Van Gogh exclamara siglos después que nunca había visto «una pintura tan íntima e infinitamente comprensiva».

 

Los últimos 15 años del «Rembrandt tardío», cuyo arte ha sido muy apreciado por los críticos posteriores, no son, en resumen, años pacíficos.

 

Se cree, y puedo afirmarlo, que es uno de los más grandes maestros barrocos de la pintura y el grabado. Sin duda es uno de los artistas más importantes en la historia de los Países Bajos y su contribución a la pintura coincide con lo que los historiadores han llamado la edad de oro neerlandesa, considerada el momento culminante de su cultura, ciencia, comercio, poder e influencia política. Sin embargo, el reconocimiento de su arte es relativamente reciente, los entendidos y críticos de los siglos XVIII y XIX prefieren otros pintores. Los pocos hechos conocidos de su vida contribuyen poco a explicar el nacimiento de su genio y, sin embargo, no deja ni dejará jamás de sorprendernos e intrigarnos.

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