Tendría otras manos,
unas más delgadas y pálidas,
con los dedos finos
y largos para tocar el piano.
Mi retrato no habría sido
la tristeza absoluta, sino
el aire desolado de la niña
que se pone triste a ratos.
Un cuerpo celeste,
hermoso, lleno de lunares
y con pechos diminutos;
igual que las estrellas vistas
desde la tierra.
¿Terca? Todo el tiempo,
como la noche insomne
que no se deja vencer
ni con los primeros rayos de luz.