Tomamos nuestro remo. Sentimos la briza deslizándonos en una ligera marea que nos lleva a tierras inhóspitas. El Oeste: fue el destino al que nos lleva esta nave llamada Ormen Lange, el día de hoy hablaremos de libros, riqueza y ojos.
Empecemos por éste último, ¿Ojos? Efectivamente, el hijo de Odín conocía bien a su padre, tan así que uno de los capítulos nos dice esta frase tan divina como humana: “Odín dio su ojo por conocimientos, yo daría mucho más”. Como dijimos en la lectura anterior, Ragnar Lodbrok es un soñador empedernido y un luchador incansable, con una gran ambición de conocimiento -recordemos también que el conocimiento es poder- y no hay mayor riqueza que dilate a esos grandes ojos azules. Propios del lobo de las tundras nórdicas, que el conocimiento, al descubrir nuevos misterios y tener al alcance la sabiduría oculta en otras lenguas.
Un viejo monasterio a las orillas del mar fue testigo de aquella sangrienta estampa. Calles y muros bañados en sangre, pelos, y lágrimas. Mustios gritos desconsolados de hombres impotentes, con las manos cansadas por los años. No por las masas, ni las espadas, sino por el yugo de su propia abnegación. Hombres que no recienten el golpe de los escudos y que, quizá, jamás lo resintieron. Eran dedos fuertes y agiles, con pupilas cansadas, y una mirada sumisa. Escribanos monjes –cristianos- fueron víctimas de barbaros enviados por el mismo averno para probar su fe.
Cuando Ragnar y sus salteadores llegaron funestos por sus tesoros, demostraron su superioridad legendaria. Aquellos guerreros que levantaban jabalís con sus manos, incluso a pleno galopar, devastaron a sus geriátricos lugareños. Todo parecía estar en su lugar: los cráneos y la sangre en el suelo, las riquezas en las bolsas, y Ragnar admirando lo que lo rodea. Entre todo el tumulto un escuálido individuo hace su primer y majestuosa aparición, tras un escondijo, abruptamente es arrastrado George Blagden, el querido Athelstan, quien es azotado contra el suelo y se le ve fuertemente aferrado a un manuscrito en piel, haciendo un contraste con su vieja túnica café.
A estas alturas ya sabemos de que se trata, ese pequeño manuscrito fuertemente abrazado por el joven monje no es otro que, el Evangelio de la fe cristiana según San Juan, y no es el libro lo que llama la atención de nuestro líder invasor, sino el mancillado ser que lo cubre con su cuerpo, desde el momento en que éste le habla en su propio idioma, hasta que responde esta pregunta: ¿De todos los tesoros de este lugar, decides proteger esto? ¿Por qué?, a lo que respondió: Porque sin la palabra de Dios, sólo hay oscuridad. Justo en ese momento está pactado su destino, Ragnar ha elegido su botín; y bueno, nada más enriquecedor para este momento que la intensidad generada cuando Rollo y Ragnar se enfrentan con unas frías y lascivas miradas por demostrar a quién le cuelgan más las ganas de mandar, pero bueno, no era sorpresa ver ese encuentro, lo que sí debo destacar, es que hay un momento clave pero insípido: “Esto es lo que pienso de tu Dios” exclama Rollo al destruir una vieja cruz de madera, aquí se hace, aunque no tan marcado, una revelación de que, pese a haber triunfado, empezaría una lucha aún mayor.
Aunque no sea tan directo o lo creamos distante, es importante reconocer el peso que tienen las religiones en la toma de decisiones de los pueblos hasta nuestros días, no diré si esto es bueno o malo, pero es innegable que imperios y monarquías fueron construidos bajo los principios de solidas creencias religiosas, de ahí lo tremendo de la simbología que nos muestran aquí. El evangelio según San Juan es una obra de arte en todo el sentido de la palabra, más allá de ser un instrumento de adoctrinamiento cristiano, es llamado de muchas formas y es conocido en la fe cristina como aquel que rompe con los otros tres evangelios, ya que en este se muestra a Cristo no como rey, cordero u hombre, sino como hijo de Dios, un claro adelanto del choque ideológico que teñirá Europa y Asia de sangre en los años venideros y hasta nuestros tiempos.
Es realmente sorprendente como en esta serie se traducen estas situaciones, tan reales como idílicas, pues es indubitable aceptar cómo impactan directamente en la carga ideológica y moral de la población las distintas religiones, aún y cuando en lo individual se tenga la capacidad de discernir una fe, en lo colectivo siempre ha de permear la insensatez del dogma, pero, para alguien que fue criado por los cuervos, y tiene una mirada gélida, un hombre de fe representaba una oportunidad de entender y conocer las nuevas tierras que visita, además de que, en pocos segundos, fue desentrañado por su agresor, y esta vez no fue con un hacha –GRACIAS A DIOS-, sino que, nuestro protagonista vio en Athelstan un hombre íntegro, ese del que se sabe que esperar, él no era una amenaza, mucho menos una presa, realmente fue el tesoro que el Oeste tenía preparado para Odín, y que sería enviado como un obsequio de la mismísima Pandora.
Athelstan representa todos esos valores de un hombre de fe que cualquiera podría esperar, también representa los vicios a los que puede aspirar un hombre libre, sin duda alguna es la llave del caos o de la paz, y no solo el lobo ha posado sus grandes ojos sobre él, sino que, muy pronto el gran Rey de la selva, el León, aventará sus garras sobre éste, en busca de mancillar la nieve del norte, llevando esa sucia tierra magna que aún yace en la cabeza de un súbdito de Júpiter, quién porta en su pecho una pesada cruz de acero.
Es interesante cómo se nos presentan estas imágenes, que quizá por sí solas no representan mucho, pero son muy importantes. Por un lado tenemos a este joven curioso, ambicioso, y con apetito canido. Luego, un libro, algo nuevo para los barbaros del norte, ya que desconocían por completo la tradición escrita propia de los sajones, y por último, las prioridades que marcan a una joven leyenda, pues de todo el botín que fue sesgado por el Jarl Haraldson, Ragnar eligió un esclavo, uno que lo llevaría a su libertad y que también lo llevaría a su tumba.
Athelstan es un personaje que me gusta mucho, por el reconocimiento que le dan propios y ajenos, como ese monje evangelista y escribano que sacudió la joven mente de Ragnar, así como el liberto, guerrero, adultero y súbdito de Thor que dejaría su progenie sentada en la roca del rey y que murió siendo todo eso y mucho más, un hombre convencido de sí mismo, y de su fe.