Una pizza, por favor. Por: Murasaki Sato

A mí el café se me enfría tan rápido como a ti el amor. Y no lo digo por despechada, sino porque sabía perfectamente a lo que me adentraba cuando acepté tu invitación. Recuerdo tu aroma, muy difícil de explicar, pero entre cajas y libros encontré la pequeña loción verdosa que guardaba con mucho recelo. Y con todo el pesar de mi alma lamento decirte, y lo peor aceptar, que soy una estúpida acumuladora de recuerdos sin profesión.

He comprado una cajetilla de cigarros y volteado el primero para guardar un deseo “Deseo que me ames, pero ojalá te vayas” no, no, no, así no funciona. “Deseo amarme y ojalá no vuelvas”. Creo que ahora sí he perdido la cabeza, estoy deseándole a la nicotina que me salve de mí misma. Quiero creer que has vuelto porque me extrañas, pero muy en el fondo sé que has vuelto a mí por una extraña sensación de desesperación. El recuerdo de alguien que ya no existe o simplemente se desvaneció.

Después de un par de años, dos tatuajes y aventuras que nunca me contarás; podría asegurar que la experiencia te ha hecho crecer unos centímetros de más. Me has presumido como todo caballero andante tu nuevo carro, “el nene veloz”, aunque a mí me parece más una pastilla de paracetamol. El apodo perfecto para el estudiante de medicina y aquí presente, tu antagonista.

Camino hacia la cochera, me tiemblan las piernas, me duele la cabeza. Ahora que has vuelto no puedo imaginar la cantidad de veces que esta escena me resulta familiar. Memoricé entre llantos las páginas y párrafos de diarios consumidos por el fuego. Tomo el celular de mi bolsillo y tecleo un numero en particular. Mi sueño guajiro siempre ha sido el jamás haberte conocido y, aun así, aquí estoy, con un cigarro entre mis labios lamentándome el no haberte aceptado la invitación…

Buenas noches, quisiera ordenar una pizza, por favor.

 

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