En el santuario melancólico
vuelan, cortando el aire,
serpientes de nicotina,
y tras la ventana, una gris tarde
derrite el tiempo con rojas mordidas.
El santuario onírico
se desvanece en ecos azules;
las serpientes suben al vacío
mientras el cielo destruye
el reflejo de los ríos.
Una serpiente pronuncia tu nombre,
mientras mis ojos se cierran
pensando en ti.
Aún sueño despierto,
azul de mis ojos,
y en la bóveda de lo eterno
beso tus labios rojos
y con mi pecho abraso el tiempo.
Recuerdos empolvados
escondidos en un viejo baúl:
pieza por pieza, tu cuerpo,
la refulgente silueta que solías ser tú,
que me acaricia cada vez que duermo.
Una serpiente lanza tu aroma,
mi boca exhala al viento
cuando pienso en ti.
Y en el epílogo de mi sueño,
Tras una nocturna bocanada
De grises y bellas serpientes,
Despierto entre pedazos de nada,
En el limbo, donde aún dueles.
Una serpiente muere pensando en ti.