Solo sucediste una vez
y cautivaste el secreto de mi vista.
Adormecidos mis ojos
se hundieron en la turbulencia,
las de prisas y la niebla;
parapléjicos hasta el nervio óptico
tras almacenar tus rasgos.
El tiempo, galopante, arrastró
de golpe las manecillas
junto a las misteriosas partículas
de tu perfume a través de la ciudad
enloquecida de tu presencia.
Ibas tan despacio que a tu paso
el resto de las sombras te celebraron
por parecer una irisdicensia
en medio de aquella tormenta
de piernas exasperadas.
Desde el apogeo de mi soledad
mi hipocampo no deja de suplicar
que no deje de escribirte
para que no te olvide pronto.
Mi tórax se inunda de proverbios
y espejismos en el universo de tu ausencia.
Te recuerdo como una gota de agua dulce
en aquel mar de craneos
entreverada en mis pupilas,
como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
HALLEY José Reséndiz

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