Mis ojos apuntando al poniente
de ese cielo estrellado,
donde sensualmente posaban las triadas de Orión,
por lo que aquellas Moiras de enero
hilaban la bóveda para las cero horas,
tres de la mañana,
la hora de las brujas,
el momento de las musas,
el momento en el que
los corazones enamorados entre
los rítmicos fuegos bailan,
y los corazones rotos con esperanzas
de un nuevo día,
esperan a quien sane sus llagas
o rendirse y reposar en el abismo.
El momento en el que le rogaba
aquellas tejedoras que tuvieran piedad
de mi destino sobre el tuyo,
retando al tiempo con mi paciencia
y a la razón con mi corazón.
Mis ojos apuntando al poniente
de esa noche estrellada,
esperando encontrar de entre innumerables celestes
el destello de tu lejana mirada,
y así poder sonreírle una última vez a la vida.
Terca la vida a la que nos aferramos
Terca la vida a la que nos aferramos,
con tanto miedo a la muerte
que olvidamos como vivirla.
Olvidamos el ciclo de un atardecer,
la complejidad en una sonrisa
y la fluidez de un te quiero.
Olvidamos, como si todo fuera hoy,
y pudiera repetirse una y otra vez.
Hasta que se va,
se pierde en el tiempo
lo etéreo se vuelve tangible,
y la incertidumbre nos carcome el día.
Olvidamos la belleza escondida en un suspiro,
el cansancio de una caminata,
y el tacto accidental que puede provocar una mirada.
Olvidamos, que vivimos de recuerdos
que forman nuestra identidad cambiante.
Terca la vida a la que nos aferramos
con tanto miedo a la muerte
que olvidamos como vivirla.