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Divagaciones sobre Coyle. | G_lfa

Divagaciones sobre Coyle. Estef Ibarra

Boston de 1970: gánsteres, asesinos a sueldo, traficantes de armas y ladrones de poca monta. Este es el escenario que George V. Higgins (1939-1999) pintó en el libro que, en un futuro casi inmediato, se convertiría en su gran obra maestra y uno de los referentes universales de la novela negra americana, Los amigos de Eddie Coyle.

Con base en su experiencia como abogado y fiscal en la lucha contra el crimen organizado en Estados Unidos, Higgins da vida al personaje de Eddie “Dedos” Coyle para fungir como hilo conductor entre las historias de los distintos personajes, quienes representan cada uno las actividades ilícitas del crimen organizado de un Boston muy alejado de los círculos de la Ivy League.

Mucho se ha dicho en los últimos 50 años acerca de esta novela; se ha alabado su prosa líquida y fluida, la solidez de la historia, su exceso de autenticidad y la forma en que 150 páginas dicen mucho más que los noticieros nocturnos y las verdades a medias de las supuestas investigaciones acerca de estas mafias; sin embargo, el acento que, particularmente hablando, me atrae más de este libro es el título en sí mismo. Estoy segura que no soy la primera, ni seré la última, en mencionar el acento irónico con el que está impregnado el nombre de la obra, después de todo, Eddie no tiene amigos; no, son más que eso, más que la idea preconcebida de una amistad tradicional; sus lazos son más complejos puesto que están plagados de miedo, sentido de supervivencia y hedor a muerte.

Por cada historia Eddie mantiene una relación distinta y una dinámica en particular, lo cual hace de Coyle y de su mundo una constante colección de amistades, en la que la clasificación se divide entre los que representan un peligro directo para su vida y por lo tanto, merecen su silencio, y aquellos que son sacrificables. Claro que no se puede esperar que en un mundillo donde prima el olor a muerte y desesperación las personas permanezcan siempre iguales: la narrativa fluye conforme una nueva característica sobre de la naturaleza de los personajes es revelada en unión a un nuevo hecho arrojado a la luz.

Eddie no tiene amigos, Eddie tiene cuentas pendientes, miedo e inseguridad; dentro de este mundillo corrupto “amigo” es la palabra designada para encubrir las relaciones laborales que marca esta larga cadena de destrucción premeditada al momento de generar y cobrar favores, a costa de cualquiera que deje de ser importante en el equilibrio mortífero de una hecatombe completa y totalmente deliberada. La riqueza socio-cultural con que Higgins imprimió esta corta novela muestra una emanación fiel del submundo criminal vicioso y repetitivo en el cual “la única moral posible es la del precio de un trabajo, no la naturaleza de este” (Pp. 08). La vista oscura y real que pinta el autor en cada página bien podría formar parte de una crónica terrorista en tiempo real que mantendría a más de uno caminando de puntillas y con todos sus sentidos alerta ante cualquier peligro.

… Así que juzgaremos a este, nos llevará dos o tres días y será condenado… el juez le impondrá dos o tal vez tres (años)…y digamos que, para el aniversario de Washington, el chico se entregará a la policía y lo encerrarán un tiempo en Danbury. Y en el plazo de un año, o un año y medio, estará en la calle, joder. No se está jugando una condena de veinte años.

-Y al cabo de otro año, más o menos –dijo Clark –, volverá a estar en chirona otra vez, aquí o en otro sitio, y yo estaré hablando con otro hijo de puta, o quizá de nuevo contigo, y lo juzgaremos otra vez y volverá a salir libre. ¿No se termina nunca esta mierda?… (PP. 143-144)

 

Autor: Estef Ibarra

Nombre columna: Divagaciones literarias

Sinopsis columna: En el corazón del oasis, fuente de serenidad y añoranza de un desierto compuesto por sus pensamientos, ideas y anhelos, se encuentran las palabras pérdidas de cientos de hojas amarillas que, deseosas de ser nuevamente leídas, se escurren entre las arenas asfixiantes del olvido y viajan hasta el centro de una vieja mesa de madera alumbrada por nada más que la luna y una vieja lámpara titilante y comienzan a llenar mi tranquila habitación con divagaciones que, por su naturaleza humana y fluctuante, sólo podrían recaer en la práctica de una disciplina: la crítica literaria.

La crítica, durante años, ha sido objeto de polémicas constantes en el mundillo artístico; considerada por algunos como un mal necesario, y por otros, como un medio para analizar cientos de veces, decenas de veces, miles de veces, las posibilidades que una obra manifiesta, se presenta como un medio de interpretación y cuestionamiento, «no hacia lo que significan las obras, sino cómo es que esas obras han venido a significar»(Medina citado en Montero, 2018)

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