Hace un par de días, buscando entre las cajas que traje de mi antiguo hogar, encontré una pequeña caja forrada con una tela satinada de color rojo, me llamó la atención; ya la había visto antes, pero no podía recordar su contenido, solo sabía que era de mi mamá.
En cuanto la abrí, su contenido me sorprendió. Era tan hermoso, tan brillante, y tan delicado, que me daba miedo siquiera tocarlo. Eran unos aretes y un bello collar con un dije de corazón colgando. Lo cerré y prácticamente corrí a decirle a mi mamá el descubrimiento que había encontrado.
Mamá sorprendida -y con un peculiar brillo en sus ojos-, preguntó que dónde lo había encontrado, le conté que estaba buscando unas cosas… y en un joyero que estaba allí, encontré ese misterioso paquete. Lo tomó con sus manos y le pregunté en dónde lo había comprado.
Empezó a contarme la historia de ese par de aretes y collar a juego, me dijo que hace más de 25 años, mi papá le hizo la gran pregunta, una pregunta que, muchas personas esperan gran parte de su vida: ¿Quieres casarte conmigo?
Mi papá había pasado unos meses en Estados Unidos, -se conocían desde niños-, y ya llevaban 4 años de noviazgo. Le dije a mi mamá que, cómo era posible que así se hubiesen comprometido… ¿y el anillo, esa pieza de joyería que la gente presume en todos lados? Me contó que sí, que también mi papá se dió el tiempo de comprar un anillo para su delicada mano. Después de que mi mamá diera el sí…llegó el anillo. Pidió su mano delante de mis abuelitos, prometió cuidarla, protegerla y ser felices “para siempre”.
Ahora ese juego mi mamá me lo regaló, mis papás ya no están juntos “para siempre”, pero yo solo quiero que, -si algún día llego a ser tan grande como ellos-, fomentar en mis hijos, tanto amor, como ellos me lo inculcaron a mí.