CIUDAD CHATARRA: Un mundo sin ruiseñores por Sandra Fernández

/

para Miguel, por tan maravilloso obsequio

 

Tom Robinson está en el banco de los testigos, comienzan a interrogarle. El hombre negro y manco está imposibilitado de sentir compasión por una mujer blanca, o al menos eso es lo que cree la audiencia y el jurado. Del joven muchacho brotan lágrimas que despliegan, a la vista de todos, una sola palabra: inocente.

¿Cuál sería entonces el verdadero crimen de Tom? Pues bien, a la vista del pueblo de Maycomb, el crimen de este hombre fue el haber nacido negro. Y como él, en la época actual nos remitimos a un montón de pecados con los que no se escoge nacer. Todos los hombres nos sentimos eximidos a sentir temor por aquello que no se nos parece; contamos con barreras territoriales, culturales, sociales, e incluso, con barreras imaginarias. Estos límites, estos estrechos que nos marcan, son los mismos que se conjugan con la única intención de crear odio.

Para la autora de “Matar un ruiseñor”, era claro que el problema social, en cuanto a discriminación se refería, tenía que ver precisamente con la ignorancia. Aquellos que eran más o menos educados, o los que contaron con factores económicos para alcanzar recintos como las escuelas, eran precisamente los que podían ver que el color de piel no era un signo de maldad o bondad. Era una simple condición; sin embargo, estos sujetos intelectuales a penas comenzaban a educar a las generaciones posteriores, esperando que aquello repercutiera para bien.

Esto me hace dudar si verdaderamente la minoría es aquella a la que se busca defender o, son en realidad aquellos que la defienden. En este tiempo, que es precisamente la transición del tiempo de mis padres al tiempo que dejaré a mis hijos, me pregunto si algo de todo aquello que nos enseñó la historia, y en este caso la literatura, será un verdadero reflejo de la educación de los futuros habitantes del mundo.

En estos momentos me resultaría pertinente objetar la tesis de si la discriminación, o por consecuente la ignorancia, es parte de la carencia, puesto que el hombre más poderoso del mundo, con una gran riqueza material, padece precisamente de estos males. Aún cuando éste tuvo acceso a recintos tales como una universidad.

El punto aquí, además de dejar en claro la gravedad de la situación en la que vivimos, radica también en la de frecuentar la empatía entre los hombres: pues justamente como Atticus Finch enseñó a sus hijos, para poder comprender los fines de las personas, es necesario usar sus zapatos. Hay que fomentar prácticas de paz y tolerancia, buscar educar desde el corazón. Quitarnos de la mente esa idea de que sólo se enseña a los niños, y darnos la oportunidad de enseñar a las generaciones que nos rebasan. Dejemos de temer por lo que no se parece a nosotros. Los derechos y obligaciones que como hombres hemos construido, y que aún estamos transformando en medida que nuestra sociedad se desarrolla, son una prueba fehaciente de que nos encontramos en desigualdad de oportunidades para desarrollarnos; la diversidad de nuestras facultades, nuestros gustos, nuestros sentimientos y nuestros colores, son aquello que vuelve extraordinario al mundo, y sabernos capaces de explotar nuestros talentos y habilidades debería ser un gran aliciente para motivarnos en la construcción de las normas que nos rigen.  

No permitamos que la vida  nos haga toparnos con un Tom Robinson que nos enseñe de justicia, seamos Tom Robinson. Usemos sus zapatos. Veamos con sus ojos. Démonos la oportunidad de analizar la situación de los orientales, de los negros, los católicos, los homosexuales, los ciegos, en fin… usemos tantos zapatos sean necesarios para ampliar nuestro criterio. Que la única barrera que construyamos sea una muy grande y rígida para evitar la violencia y la injusticia. Porque un mundo sin ruiseñores, sería un mundo de tristeza.

Historia Anterior

III. Riot por Luz Atenas Méndez Mendoza

Siguiente Historia

El Sexo por Alejandro Ayala González