Durante el cisma televisivo mexicano, tras la privatización de Imevisión convertida en Televisión Azteca, hubo otra ruptura, está en el lenguaje televisivo en general -y que serviría para nutrir el discurso de contraposición de dos empresas que en realidad eran y son un duopolio-, particularmente hubo ruptura en el lenguaje utilizado en las telenovelas.
Talentos migrados como actores, actrices y productores, que nomás no veían la suya en Televisa, se mezclaron en Azteca entonces con nuevas técnicas e ingenio para hacer malabares con presupuestos, muchas veces, limitados.
Uno de los aciertos en ese ingenio fueron los temas sonoros de las telenovelas, donde se dejaba atrás la costumbre de tener temas compuestos exprofeso e interpretados por cantantes de furor en el momento, utilizando en cambio canciones ya existentes de cantautores poco o nada introducidos en el mercado masivo mexicano, esto por razones de presupuesto, cosa de la que no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas, y valdría añadir de paso que los guiones eran reescrituras de otras telenovelas extranjeras, algo que Televisa también hacía, aunque esta última a veces también se daba el lujo de producir libretos propios.
Destacan así Pedro Guerra (tema “Carmen”, telenovela “Todo por amor”, 2000), Francisco Céspedes (tema “Señora”, telenovela homónima, 1998), y por supuesto Pablo Milanés (tema “El amor de mi vida”, telenovela homónima, 1998), por quien hoy escribo estas letras.
No es que haya sido tan fan del de Bayamo, y precisamente eso es lo que vengo a apuntar, que lo que conocí superficialmente de él fue gracias a esta difusión masiva de cuando la televisión abierta dominaba de forma casi absoluta la dieta cultural y política de las y los mexicanos, y estoy seguro de que no soy el único que se cultivó en esta música de chiripa.
Las telenovelas donde aparecieron estas canciones se han perdido en recuerdos revueltos porque, finalmente, todas se parecen mucho, pero la música es perenne en la cultura, es más, florece, y gracias a estas apariciones frugales en la tele mexicana millones de personas tuvimos acceso a otro mundo musical que nos ha nutrido el así llamado soundtrack de la vida.
Hoy (22 de noviembre) es Día del Músico debido al patronazgo católico de Santa Cecilia, pero en realidad se trata de un festejo comenzado en Río de Janeiro en los años veinte y que de alguna forma que no se sabe se expandió por el continente; de nuevo como con los cantautores, se trata de un remanente cultural inesperado.
Dicho lo anterior, “te encontraré en la luz que se me esconde tras el alma”, Pablo, quien sabe qué azares llevarán tus canciones a no se dónde, ni quién pisará las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada se detendrá a llorar por los ausentes.