El sol se desvanecía en el horizonte, dando paso a su temporalidad favorita: la noche; Landon sabía que pronto tendría que llegar a su trabajo en el bar, cosa que le gustaba bastante. Volvió la mirada al teléfono móvil, preguntándose si había sonado la alarma o no; presionó un botón y se dio cuenta de que no tenía batería. Era excelente. Por suerte para él, se había acostumbrado a hacer de su trabajo un mero hábito, así como el ritual que le precedía.
El agua del grifo nunca le había sabido tan mal, sería probablemente porque anoche le había retado un cliente a ver quién podía beber más que el otro y ahora tenía presente en la boca el olor a alcohol importado; era algo común, hacerse de amigos así, aunque por su gran tolerancia al alcohol igual le era perjudicial debido a que muchos le acusaban de beber sólo agua. Al final, salía ganando cualquier reto de beber que le pusieran, y no era por trampa, sino porque genéticamente estaba predispuesto a soportar eso.
Su buena racha se terminaba cuando quería ligues de una sola noche: la chica en cuestión tenía que ser una completa desconocida, tanto para él como para sus amigos y compañeros del trabajo; si lograba pasar esta prueba, podía hacerse el ebrio al día siguiente, enviando a la mujer de regreso a su casa, sin esperanzas de poder traspasar esa barrera de “sólo somos un par de desconocidos”. Odiaba los compromisos, sobre todo porque pensaba que le quitaban tiempo e invadían su espacio personal.
Claro que había tenido alguna que otra relación, pero no pasaban de uno o dos meses, tiempo durante el cual parecía que se esforzaba por ser un patán, con el fin de que la chica jamás lo volviera a buscar; existía una que otra que pensaba que lo cambiaría, empero siempre se las arreglaba para decepcionarlas. Algunas veces se llevaba bofetadas demasiado certeras, cosa que él consideraba como el precio por estar soltero en una de las ciudades más atrayentes del mundo.