Plegarias por Bobby es un filme estrenado en 2009 cuya trama atiende distintas temáticas que giran alrededor de la homosexualidad y la oposición que ha habido, socialmente, contra ésta.
Los temas abarcan cuestiones como el rechazo familiar, el suicidio por la falta de aceptación -tanto propia como ajena- y, sobre todo, el tema que quiero resaltar en este escrito: la religión y su relación con los homosexuales.
Bobby era un chico común. Un hijo de familia cristiana que, en más de un punto, me recuerda a mi propia vida. Su historia es la de muchos gays: una llena de confusión, duelos constantes y rechazos. La trama se vale de momentos de confrontación, sobre todo dentro del núcleo familiar, para generar una tesis que busca conmover y, por ende, convencer acerca de la falta de comprensión que existe por parte de grupos religiosos hacia identidades sexuales no normativas.
Uno de los detonantes de la historia es el doble rechazo que recibe el joven: por un lado, el desdén de su madre, la figura que parece ser la más importante para él y, por otra, la decepción amorosa en el momento en que descubre a su primer novio saliendo con otro hombre. Estos factores provocan una seria inestabilidad emocional en el ya de por sí inestable Bobby, por lo cual decide terminar con su vida lanzándose desde lo alto de un puente.
Quiero detenerme en la figura de la madre para retomar el aspecto de la religión. Se trata de una mujer de fuertes raíces cristianas que, en un inicio, no puede lidiar con la idea de tener un hijo homosexual, al grado que llega a negar la sangre que comparten. Aunque, luego del suicidio, comenzará con un lento trayecto hacia la comprensión de que su religión puede dar cabida a los homosexuales.
La recurrencia que hay en todo lo que he expuesto hasta ahora, es la religión. En sí, su rol como un elemento que rechaza o acepta. Ideologías como la cristiana emiten, hasta la fecha, un juicio de condena contra la diversidad sexual. Su libro sagrado sanciona el lazo carnal entre personas del mismo sexo de forma explícita.
En la historia de Bobby, la religión es el foco principal. Todo es medido según sus normas. Si Bobby fue suprimido, se debió, mayormente, al choque entre su identidad sexual y su fe. En sí, a la falla que cometía contra las creencias que le habían inculcado.
Lo anterior, me hizo reflexionar acerca de mi propia experiencia. Al igual que Bobby nací en un contexto cristiano, pero, mientras que él comenzó a percatarse de sus gustos hasta la adolescencia, yo lo hice en la infancia. Nuestro relato es similar: la encrucijada entre corresponder a la fe o al deseo personal, las riñas familiares, el rechazo, las ideas suicidas, esto último con la diferencia de que nunca concreté tales actos.
Sin embargo, hay una gran diferencia en nuestras historias: la manera en que respondimos hacía el medio externo, particularmente al círculo familiar y la fe que profesa. La respuesta de Bobby recayó en ceder, en no oponerse al sistema que lo orillaba a verse como un error andante. Yo, por otro lado, decidí romper con la religión desde raíz ya que, desde mi punto de vista, ser homosexual no puede ligarse a ciertas creencias, sobre todo, a religiones occidentales como el cristianismo.
Por supuesto, lo último que mencioné es una posición personal, en ningún momento intentaría imponer mi postura como una verdad absoluta. Es sólo que, analizando los cimientos y preceptos de la fe que me inculcaron desde niño, llegué a la conclusión de que no hay lugar para la identidad homosexual entre los feligreses del cristianismo.
La historia de Bobby me recordó al momento culminante en que concluí que debía separarme de la fe de mi familia. Por muchos años, así como Bobby, busqué alinearme a una religión impuesta con el fin de no desestabilizar el orden en mi núcleo familiar. Pero llegó el punto en que la presión era tanta que no podía continuar. Ante mí se pusieron dos opciones muy claras: seguir por la vía del cristianismo y ser partícipe de una vida de autonegación, o alejarme de una fe represora y comenzar a darle libertad a una parte de mí que había enmudecido por años.
Por mucho tiempo me debatí acerca de cuál opción tomar. Y fue hasta el momento en que me percaté de cómo la religión suele ser un factor de represión, que tuve claridad en el asunto. Había sido testigo del yugo que la religión cristiana imponía en las personas como yo; que en esa fe no había espacio para alguien cuyos ojos se pasmaban cuando veía a otro hombre.
Mi decisión, claramente, tuvo repercusiones en mi ambiente familiar. Sobre todo, así como Bobby, tuve fuertes confrontaciones con mi madre. Llegué a concluir que la fe es más densa que la sangre, que el mandato de amar a dios sobre todas las cosas siempre estaría superando el amor de mi familia hacia mí. Que no importaría lo que dijera o hiciera, yo era un infractor, un apóstata y, sobre todo, un homosexual.
La angustia era grande, pero, también, al contrario de Bobby, tuve que llegar a la conclusión de que no podía esperar a que mi familia me aceptara. Mi trayecto, de por sí, había sido tortuoso, y además tenía que vivir afligido por conseguir la aceptación de ellos.
Creo que el error de muchos homosexuales radica en lo mismo que llevó a Bobby al suicidio: empeñarse en lograr ser parte de las creencias familiares en lugar de buscar la plenitud propia. Y, quiero aclarar, no me refiero a tener que cortar todo vínculo familiar, sino a procurar la autocomprensión y la definición de nuestros propios intereses y búsquedas, antes que las aspiraciones que otros tienen sobre nosotros.
Muchas veces, la gente quiere ver sólo el lado amoroso de la religión, y relegan su parte terrible, la que sanciona. Para mí el amor de dios es una condición, un galardón que tiene requisitos para ser obtenido. Una de esas condiciones es la negación propia, la anulación de todos los deseos que no compaginan con los lineamientos de esa fe. Por mucho tiempo busqué corresponder, pero fue cuando decidí serme fiel que encontré la verdadera dicha.
Con los años mi pensamiento se ha seguido transformando. Incluso mi familia ha cambiado. He descubierto que el amor, el tiempo y, sobre todo, la fuerza con que uno se impone ante la opresión de los otros -aunque a veces duela- logra suavizar la piedra de la incomprensión y el rechazo.
Por último, debo decir que encontré algo más: el sentido de lo que es realmente la espiritualidad. Siempre nos han enseñado que religión y espiritualidad son sinónimos, pero no lo son. La espiritualidad es un asunto personal, un constructo propio que forjamos a través de la vida, mientras que la religión es una receta que nos dan para seguirla al pie de la letra. Si nos enseñaran a construir una espiritualidad personal en lugar de imponernos un código por seguir, seríamos más libres. Habría, entre otras cosas, menos chicos como Bobby tirándose de un puente.