La desgracia me llevó a una oficina sin alma. Triste, gris, monótona. En sus paredes tiene guardada la desesperación de tantas personas, las lágrimas de ver todo perdido.
Estando ahí, me detuve a pensar: ¿Es que entonces en el vacío nos llenamos de más?
El destino hoy me presentó tantos caminos y la ceguera, en cambio, me seguía mostrando imágenes insulsas; no logro discernir nada. Es que para mí sería más sencillo arrancarme el corazón y la memoria. Pero tampoco puedo.
Hoy perdí; me rompí: pero ¿No es en el abismo donde hay más espacio para construir? ¿No es acaso la blanquitud de la nada lo que ilumina la esperanza? ¿No es que al verme sola recordé que yo sabía caminar en las tinieblas?
Entonces no perdí. Entonces no me rompí. Entonces fue que, en la sórdida oficina, llena de rencores e ira, encontré la entrada al espejo que me llevó a la ensoñación y ahí, me volví a ver. Ahí me reconocí. Y ahí, desde la blanquitud de un jueves, volví.