La heteropatriarcado está de luto por Ricardo Yepez Vidal

a black sky with a lot of stars

—¿En verdad crees que “el Poder” o los potentados le guardarían luto a un homúnculo como tú, farsa de ser vivo?

Hoy ha muerto mi padre y me siento mal por no sentirme mal al respecto. Le he llorado más a mi gatijo pródigo, Satánico, cuando me dejó recientemente.

Mi padre fue un modelo de paternidad para su época y un buen cristiano, es lo mejor que puedo decir de él y estos dos atributos no son elogios, sino los insultos más corteses que tengo. Un hombre que regresaba a casa cada noche y no golpeaba a sus hijos ni a su esposa, que le daba a mi mamá puntualmente el diez por ciento de cada cheque que ganaba, para que alimentara a la familia de once; y solamente Dios sabrá cuánto recibía el sacerdote de la iglesia a la que asistía cada semana, pero seguramente era mayor a esa cantidad.

Un hombrecillo pusilánime, fue servil con los jefes inmediatos, y hasta rastrero con los altos mandos, pero altivo e injurioso con los marginados.

También fue un farol de la calle como padre y esposo. A mí nunca me lo envidiaron, pero a mis hermanas y hermanos mayores sí. Al parecer, en sus borracheras siempre tenía el oído atento y el consejo fácil para quien con él acudiera; algo que nunca logramos ver en casa.

Fiel guardián de la religión reinante. Su hijo favorito decidió seguir una religión diferente a la suya, y desde ahí cayó de la gracia y el favor a ser el peor de los barbajanes; terminó muriendo antes que mi padre con todo el peso de la discriminación y la violencia psicológica que gradualmente escaló. Un hombre impío con los propios es lo que en realidad fue.

Pero así eran los buenos hombres de antes, ¿no?, los hombres de las sociedades postindustriales. La fábrica y la iglesia eran las únicas autoridades que certificaban a un hombre como buen padre y esposo si era un obrerito bien portado que regresara de lunes a sábado a la fábrica y los domingos a misa, y a darle a la máquina todos los obreritos que pudiera; y ahí tienes tu medalla y tu galleta de buen padre y buen esposo. Así cualquiera se convertía en buen padre.

Como pusilánime modelo, nunca se cuestionó los mandatos hegemónicos. Si la autoridad lo ordenaba, así se debía vivir. Incluso, muchos de sus contemporáneos lo recuerdan como un bohemio que le gustaba ser la voz en las serenatas de su cuadrilla, y mucho tiempo busqué darle la historia del hombre que tuvo que colgar la guitarra y agarrar el mazo por la imposición de la vida mundana, pero nunca fue así.

Si nuestra familia salió del estiércol fue todo por la voluntad de nuestra madre que siempre gozó de ímpetu por ambos. Si la mayoría de nosotros logramos estudios universitarios contra incluso la burla popular por creernos de más, fueron esfuerzos laborales, económicos y espirituales de nuestra progenitora.

Son estos esfuerzos domésticos en los miles de hogares de nuestro país la participación de la que no quieren ni hablar los hombres de hoy en día. Los “hombres de alto valor” siguen soñando con esta clase de familia tradicional, en la que sólo se les pida el diez por ciento para la manutención, dicen cincuenta pero en realidad sólo de dientes para afuera están dispuestos a conceder esa parte de entrada para la negociación.

Un pusilánime se va a la fosa común sin luto ni gloria, otro soldado caído del heteropatriarcado, del capitalismo, de la hegemonía y demás monstruos sin rostros y sin lágrimas.

Una iglesia debería ser construida en su nombre, seguramente que las aportaciones que dio en vida y las hambres que le hizo pasar a su familia han sido suficientes para por lo menos una capillita. La iglesia de los pusilánimes perdidos.

Me siento mal porque su deceso no me cause más congoja, pero en realidad eso tampoco es mea culpa. Parafraseando a Butler, fue él quien construyó los marcos que terminaron por separarnos en grupos diferentes: de los suyos (a los que mis hermanas y hermanos han tenido, tal vez, un poco más de acceso) y de los otros (a los que siempre me obligó a circunscribirme). Que lo lloren todos esos hijos putativos que dejó en las cantinas y esquinas de la ciudad y que dios lo ponga donde debe estar.

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