Aquella noche en la obscuridad del cuarto, a punto de quedar dormido, por primera vez sentí tu helida presencia; aterrado, pensé en algún intruso que intentaba robar, pero al confirmar que realmente no había nadie, acepté que el sueño se adelantaba a la inconciencia. O bien, que finalmente la locura había vencido. Sabía que esto ocurriría tarde o temprano.
Luché por quedarme dormido, pero me resulto imposible. Tu presencia era bastante definida y opté por aceptarla. El tacto de tus manos, y la forma de saciar mi sensibilidad, crearon un ambiente de confianza y placer. Me rendí al vaivén de tu cuerpo, de tu aliento, de tu boca, de tu sexo. Ya no quise pensar si era verdad o mentira, me deje llevar…y agradecí que entraras a mi mundo, y el permitirme entrar al tuyo. La sensación de tocar un cuerpo que no era el mío era maravillosa.
Al día siguiente regresé a mi mundo cotidiano…y simplemente acepté el haber experimentado el mejor sueño de mi vida. Sin embargo, a partir de esa noche fueron incontables las que regresaste a mi lecho. Acepté entonces que tenía por amante la compañía de un fantasma.
Me preguntaba si tu presencia tenía relación con la cama antigua recién adquirida, hechos ocurridos simultáneamente. Es fascinante imaginar cuánta gente ha gozado y cuántos han sufrido hasta la muerte en una cama. Pero… ¿Por qué yo? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué te impide abandonar esta cama?
Busqué al anticuario que me vendió el mueble para que me ayudara a encontrar una explicación, algo de información. Me comentó que la cama tiene por lo menos una centuria de antigüedad y que el nombre del propietario original está grabado en una de sus patas. Fue así que descubrí que perteneció al General Howard, un militar inglés, asentado en el país, en tiempos de la Revolución. Me comentó que había leído algo acerca de este personaje, del cuál había sido muy controversial su muerte, ya que fue a manos de su joven amante, un soldado raso. Posteriormente dicha cama fue a parar a un asilo de ancianos, para finalmente ser abandonada, y terminó casi destruida por el tiempo y el olvido. Afortunadamente, don Gregorio, quién, además de ser anticuario, era un excelente restaurador, pudo salvarla.
Caminando pensativamente llegué a casa… así que tú –mi compañero– eras soldado, amante y victimario de un general inglés.