Conozco la música de Silvana porque mi hermana la escucha todas las mañanas. He descubierto en este concierto que sé las letras casi completas de sus canciones; me es claro ahora que me acompañan siempre.
“Yo nací con la luna de plata” es el verso inicial de “Veracruz”, canción compuesta por Agustín Lara en 1936 para el estado natal de la cantautora, empleada esta vez como su carta de presentación. El énfasis lírico en el primer pronombre, único sonido ante la ansiosa espera, dio inicio al surgimiento de la magia.
El estilo inconfundible en su fraseo y el dibujo de las vocales se hizo presente con “Carta”, al igual que los cómplices de este primer encuentro con el Festival Internacional Cervantino: un ensamble de cuatro cuerdas, un piano, un saxofón y una batería.
Aún como preludio y con el cuatro venezolano en sus manos, “Detesto en mí” entonó bajo una luz que la hizo presente solo a ella, al instrumento que rasgueaba y a la guitarra puesta en pie a un lado.
Para Silvana, quien tuvo una infancia musical rodeada de laudería y naturaleza, estudió profesionalmente jazz y cuya originalidad a lo largo de ocho constantes años la ha convertido en un referente, ganadora del Grammy Latino y nominada a la Mejor interpretación global, estar en Guanajuato, en el Teatro Juárez y con la compañía de las cuerdas fue un sueño.
Mi amiga Rebeca la conoció un día antes. Le contó que para ella la música a veces era como un juego, divertirse y pasarla bien compartiendo con gente querida. “Entendí que estaba haciendo música profesionalmente mucho tiempo después de hacer música. Compuse mi primera canción un verano en que estaba aburrida; se llama ‘Eco’. A partir de ahí, comencé a escribir por temporadas”.
También le dijo que convive frecuentemente con la “Tristeza”, nombre de la siguiente canción donde enseñó una sencilla secuencia de notas al público, sorprendentemente afinado, para armonizar con su canto. “Yo hago música y letra al mismo tiempo, van de la mano. La armonía sí, pero nunca una melodía. Para mí, las palabras tienen un sonido específico dentro del contexto de una canción”, le explicó; por eso el profundo sentido poético en sus mensajes.
“Sabré olvidar” encendió la euforia en los asistentes que llenaban cada resquicio del recinto y desbordaban su emoción desde los palcos. Siguió “Marchita”, mientras las luces daban protagonismo a cada instrumento en el momento preciso.
Su voz cuando habla es tan apacible, como un arrullo, además de su exquisito gusto para musicalizar frases mientras dialoga con el público. Su dulce personalidad logra una conexión inmediata con las personas, resaltando la sorprendente potencia de su voz y su sello interpretativo que envuelve completamente los sentidos.
La precisión y dinamismo de sus falsetes, escalas tonales y silencios, así como la agilidad en sus cuerdas vocales, cual primer instrumento cuando explora las notas graves, le permiten crear atmósferas y transportar a lugares sorprendentes. Así, un muy personal lamento de la “Llorona” hizo real un viaje por los campos veracruzanos, el olor a café y la presencia de uno que otro no-vivo.
A la bella mujer sobre el escenario le gusta el agua, el café y el son jarocho. Mi mamá era jarocha y también bella. Se fue del Puerto para cumplir sueños cuando tenía su misma edad hace poco más de treinta años y de esta vida hace veinte. ¿A ella le gustaba el café, le gustaba el son, le gustaría estar aquí conmigo escuchando esta música? Hay tantas cosas que desconozco y nunca podré saber, pero inexplicablemente la siento ahora, cerca, aunque en un lugar lejano. ¿Será por eso que mi hermana escucha todos los días la música de Silvana?
“Sálvame del río y del silencio que no me queda nada si te vas”, así inició “Ser de ti”, mientras el olor a café era reemplazado por otro dulce, a coco, vainilla o azúcar, como el del pueblo de mi abuela, como el olor de los libros de mi mamá, el olor que mis amigos han dicho siempre que hay en mí.
Con suavidad, amor y presteza, el pulgar de Silvana acariciaba las cuerdas de su compañero al tiempo que entonaba “Amor eterno”, de Juan Gabriel (1984), que le enseñó a vivir el amor y la muerte de otra manera, que adquirió un significado distinto esta vez.
Ante el piano, llegó “Un día cualquiera”, que su autora definió como una canción mántrica y sanadora. Luego siguió “Brindo”, dedicada desde hace algunos años a sus amigos que, como mi madre, “viven unas vacaciones infinitas en un hermoso paraíso”, y cuyas sombras entre una luz naranja dieron testimonio de que habían entrado a escena por la puerta que la música es.
Como ella misma dijo en cuanto al proceso de composición de su obra, las canciones de Silvana pueden sonar en un sinfín de contextos. “Intento ser muy transparente con lo que me importa”, le contó a Rebeca. Entonces llegó “Se me ocurre” acompañada por el piano, creada para imaginar futuros mejores.
“La canción es el remedio de quien vive sin aliento”, cantó para hacer emerger luciérnagas de la letra y en la imaginación colectiva. En ese instante, yo pensaba en el honor que sería recibir esta canción con dedicatoria, qué privilegio de la vida experimentar “la maravilla que es amar”. Silvana da muestra de la impetuosa fuerza que la ternura y la calidez pueden brindar.
Con instrucciones en susurros, se convirtió en directora de un inmenso coro. “Se me ocurre que esta vez ya no estás sola”, decía la melodía y en el rostro de Silvana la felicidad cantaba, la felicidad en el teatro entero cantaba. Al principio, a causa de los boletos agotados en pocos días, se cuestionó si un espacio abierto habría sido un mejor escenario por permitir una audiencia más numerosa, pero no se habría logrado esta intimidad en ningún otro lugar.
“Te guardo” y “Al Norte” anunciaron la despedida: “Me va tomar unos días recuperarme de ti, Guanajuato”. Con el escenario desnudó de luz y los instrumentos sin dueño, se sintió un vacío inmenso. A capella, volvió acompañada por dos de los músicos para llenarlo poderosamente con “La barca”, bolero compuesto por Roberto Cantoral en 1960, a tres voces.
Envuelta en un vestido verde olivo satinado, luego de casi hora y media resistiendo valiente y generosamente el dolor de su rodilla y la tos, la cantautora compartió “Lila, Alhelí”, composición próxima a estrenarse basada en algunas décimas. Entre palmas, la noche terminó con su célebre cover de “Tom’s Diner”, pieza de Suzanne Vega (1981), donde otros matices sonoros propios de la colocación del inglés reafirmaron la belleza, en compañía o en solitario, en la alegría o en la nostalgia, de su ser.
Silvana Estrada prepara su tercer álbum, que se sumará a Lo sagrado (2017) y Marchita (2022). “Vivir apasionadamente nunca está de más; al contrario, es el camino para encontrar la intuición que te va a dar la fuerza para alcanzar lo que deseas”, compartió en el conversatorio durante la tarde anterior. Sin duda, esa pasión es la que conmueve absolutamente a cualquiera que la escucha y da armonía a cosas que duelen desde hace mucho y a veces no se pueden expresar.
Silvana Estrada
15 de octubre de 2024
Teatro Juárez