Un jardín y una flor por Joan Carel

Fotografía: Mayra Mope

Tal vez fue el día o la hora (lunes a las cinco de la tarde), o tal vez faltaba el ánimo para establecer ese pacto tan necesario ante una propuesta experimental. En el planteamiento, una voz explicó que esta obra tendría cinco actos para contar un secreto, para viajar al interior de un jardín y reconstruirlo. También dijo que algunos jardines no deben mostrarse.

El dibujo de una flor, un refugio, una casita del árbol. Esta historia trata sobre cómo recuperar un jardín, cómo la protagonista recuperó su jardín con la misma piedra que lo había roto.

Grandes hojas de papel cuelgan sobre el escenario, de las paredes y del proscenio. En ellas hay figuras, letras y trazos provenientes de muchas manos, y entre ellas baila la narradora con una máscara de papel o de tela similar a los rostros en esculturas surrealistas. No hay más voz, pero esto parece una búsqueda que se intercala con proyecciones de video, títeres y más dibujos.

Fotografía: Mayra Mope

Luego de muchos minutos que no recuerdo, quizá por el cansancio de la jornada, la presencia de una anciana en una máscara me trajo de vuelta. Debajo de uno de los enormes papeles se ocultaba un contrabajo, el cual se posicionó para musicalizar el paseo lúdico de niñas, niños y mujeres entre jardines de Guanajuato.

Otro gran dibujo de un oso apareció al frente. En el interior de su silueta se proyectaban luces y sombras, rostros y personas, mientras el sonido de las cuerdas capturaba mi atención y hacía emerger recuerdos que son tesoros sagrados.

Una maceta con una flor roja era la cabeza de la bailarina, quien se descubrió como Cristina Zamora y la colocó en la duela para recordar y anunciar el comienzo del quinto acto: “hay un jardín que es dibujar”.

Esta obra surgió de un proceso de exploración personal que se transformó en un proyecto con talleres y funciones interactivas de la compañía C de Zarzamora; un espacio para descubrir cómo sortear las dificultades de las selvas y los bosques internos, para saber “cuál es mi jardín”. Su directora y protagonista, Cristina, desde hace dieciocho años experimenta profesionalmente esa travesía habiendo sido parte de la Compañía de danza experimental de Lola Lince y de Pájaro Mosca A.C.

Pasar a conocer el jardín fue la invitación; subir al escenario y crearlo. Con un pliego de papel y utensilios para dibujar, la protagonista abrió las puertas mientras reflexionaba sobre las semillas de los jardines que hay en cada uno. Refirió que, para muchos, las abuelas son la semilla, el refugio, y entre esos muchos estoy yo. Por cierto, llevo varios días pensando en que deberíamos analizar los vínculos tan fundamentales y vitales con las abuelas de la generación que ahora transita los treinta, al menos en mí, la artista en escena y un joven poeta que escribe sobre la memoria y despertó en mí esa idea.

Fotografía: Mayra Mope

Quizá estaba muy distraída ese día para entender la danza, desanimada, casi rendida. No obstante, dejo aquí, a manera de dibujo, un trozo de texto para quien, más que semilla, es mi raíz.

El 1 de marzo, en un concierto de contrabajo con el mismo intérprete de este ritual (Rodrigo Mata),  la música trajo a mi abuela sin motivo consciente. No sé qué es lo que habita en ese instrumento, pero yo pensaba en ella conforme corría el sonido, en la historia que conozco de su vida, en todas las asombrosas potencialidades de su enorme inteligencia si el contexto hubiera sido diferente, si hubiera nacido en una época donde sus sueños al menos se hubieran cultivado. Ese día deseé tener la habilidad de escribir cuentos y novelas, de crear para ella universos y posibilidades.

Esta vez, con piezas originales de Mata y Paul León, me sentí de nuevo en el jardín de mi abuela, entre sus muchas macetas llenas de traviesos caracoles, la casa club debajo del árbol, de pajaritos juguetones y un sinfín de florecitas de las camelinas y el obelisco, el jardín de sus brazos, de sus manitas y su infinito amor.

Quiero pensar que yo era su flor. No, sé bien que yo soy su flor, como cuando dejé la casa para ir a otra ciudad a cumplir los sueños; cuando comprendió paciente que las visitas cada vez serían menos y las llamadas más cortas; cuando, a pesar de su artritis,  subió un centenar de escaleras con su blusa de flores rojas para verme recibir un diploma, flores que viven en una foto eterna y en el corazón.

Ella es mi raíz, aunque habita en otro plano. Ella se hace presente siempre, de repente y como ahora, cuando mis hojas comienzan a marchitarse, cuando se vence mi tallo, cuando me hace falta luz. Ella es mi origen, mi vida y todas las flores, ella es mi bella flor.

Fotografía: Mayra Mope

Jardín
C de Zarzamora
14 de octubre de 2024
Teatro Cervantes

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