Sin plumas, sin río, sin nada por Joan Carel

Fotografía: Gabriel Morales

Esta danza es sobre la gente del río, la tierra del río, la gente de tierra porque apenas conoce el agua.

“Aquel río / era como un perro sin plumas. / Nada sabía de la lluvia azul, / de la fuente color de rosa, / del agua del vaso de agua, / del agua del cántaro, / de los peces de agua, / de la brisa en el agua”, versa la tercera estrofa del poema de João Cabral de Melo Neto, descripción paisajística del Capibaribe en 1950.

“Perro sin plumas” es el nombre de aquel texto y también de la obra dancística de la Compañía de Danza Deborah Colker, basada en él para retratar con crudeza metafórica la miseria del río y de los pueblos que habitan a su lado mientras recorre el estado de Pernambuco.

Esta es la primera vez (luego de tres décadas, catorce espectáculos, más de dos mil presentaciones en el mundo, numerosos premios e incluso una colaboración con el Cirque du Soleil) que la prestigiosa compañía brasileña aborda una temática social vinculada a su país.

El proyecto creativo requirió tres años y medio, una minuciosa investigación con las poblaciones locales y el aprendizaje de varias danzas urbanas y disciplinas físicas de la región (capoeira, maracatú, axé, entre otras) para expresar con la mayor precisión la profunda sequía de la región y las formas de vida con su delicadeza y su violencia. En ello participaron tres directores, además de Colker: Gringo Cardia en lo artístico, Cláudio Assis en lo fílmico y Joaõ Elias en lo ejecutivo.

La búsqueda, selección y preparación de los bailarines representó un desafío, pues se deseaba encontrar la esencia de los personajes, además de su habilidad para la representación: “transformar lo sólido en líquido, deshacer en lugar de hacer”, indicó la coreógrafa. Estos cuerpos emergen del barro; no solo están cubiertos de arcilla, aunque la reaplican a lo largo de la función, habitan el río, son parte de él, de su tierra para ser precisos.

El espectáculo supera en sobremanera las expectativas con una propuesta donde se fusionan la danza clásica, la contemporánea y la urbana según los requerimientos expresivos con justa proporción en cada imagen. El trayecto del río es guiado por la narración cinematográfica en perfecta unidad con la escena.

En la pantalla, un niño de raza negra corre entre la vegetación. En su andar, se transforma en un hombre de gran musculatura: el Cangrejo, especie que habita, como lo marca Cabral de Melo, entre el lodo y la herrumbre. Este aparece un instante después como solista al centro del escenario, envuelto por el polvo que desprende su piel en el veloz movimiento.

Fotografía: Gabriel Morales

Es difícil describir lo que acontece cuadro a cuadro, en la escena que alterna con la proyección o al mismo tiempo. Al integrarse el colectivo, asombra ese vestuario arcilloso; más sorprende la coreografía y la interpretación de sus cuerpos. Transcurre el poema convertido en imagen y se confirma lo anunciado por Deborah. A veces se insertan pequeños versos en portugués, pero la danza es aquella agua espesa que fluye ocasionalmente y casi siempre se estanca, el perro sin plumas, la gente que muere en la ribera a una edad temprana.

Una barca y el río rodando en su cauce. La película corre en blanco y negro enfatizando las grietas en la tierra seca. Es impresionante cuando el movimiento de los músculos en la espalda del Cangrejo revelan su presencia hasta entonces camuflada. El mensaje es claro: entre hombre y tierra no hay diferencia. Como el poeta escribió: “Jamás se abre en peces. / Se abre en flores / pobres y negras / como negros. / Se abre en una flora / sucia y más mendiga / como los mendigos negros”.

De nuevo en pantalla, se descubren los campos y el sonido de las máquinas. Debe señalarse que el escritor originario de Recife pasó su niñez jugando ahí, en los ingenios que su familia abandonó durante la Revolución de 1930. Años después, redactó el poema indignado por la omisión del alarmante índice de mortalidad en la zona ahora etiquetada como peligrosa y conflictiva, marginal a causa de los males del capitalismo.

Entre los cultivos se desarrolla una triste fiesta. En el escenario, cae una cortina de tiras blancas que generan un efecto trimensional en contraste con la pantalla. En las plantaciones se alojan los bailarines.

Fotografía: Gabriel Morales

Luego destacan tres garzas de blanco plumaje, espigada figura y delicada presencia. Son parte de esas “grandes familias espirituales” de la ciudad a espaldas del río, entre ramas secas, un poco de agua, el paisaje opulento, la industria y una estampa urbana.

Después, las ondas de una cobra y una voz en off hablando español: “Aquí en el río estaba la memoria como un perrito vivo debajo del bolsillo, de la camisa, de la piel, el hombre porque vive”. El Cangrejo llega a una habitación llena de otros hombres y camas, un hospital, una cárcel o un asilo; en ellos y en el espejo se reconoce.

Finalmente, se observa el primer plano del rostro terroso y cuarteado de una mujer, al mismo tiempo que, entre cajas y rejas, danzan todos los bailarines en una especie de enfrentamiento, persecución o huida, cualquiera sin escapatoria ni término, y se arrastran los hombres y las mujeres sobre la duela como una extensión de la pantalla hasta perder su identidad, ya sea individual o en colectivo, en la monstruosa inmensidad y desolación del río seco.

Fotografía: Gabriel Morales

Es cierto que la obra es compleja y cruda con y sin contexto, pero eso no impide que impere la belleza tanto del arte como de la vida. Lo es también la composición literaria que su propio autor calificó como ‘hermética’, mas genera esa fascinación poética que trastoca el entendimiento y embauca a los sentidos.

Al leer y releer el poema después de la danza, se activa nítidamente el recuerdo de las imágenes escénicas resignificadas. Sobre todo, cobra protagonismo la metáfora en extremo desgarradora de la lengua mansa y sedienta de un perro, su vientre triste y vacío, el acuoso paño sucio de sus ojos.

“¿Sería el agua de aquel río / fruta de algún árbol? / […] ¿Aquel río / saltó alegre en alguna parte? / ¿Fue canción o fuente? / […] ¿Por qué entonces sus ojos / venían pintados de azul / en los mapas?”, cuestionan las estrofas finales y las preguntas se prolongan en la conmoción: ¿por qué se hacen poemas, se crean obras, películas y danzas, se escribe esta reseña si ese perro está muriendo desde hace setenta años, antes y ahora mismo, de esa y múltiples formas, en un sitio real a las orillas del Capibaribe, no muy lejos en este país y en innumerables partes?

Fotografía: Mayra Mope

Perro sin plumas
Compañía de Danza Deborah Colker

26 y 27 de octubre de 2024
Auditorio del Estado

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