Ni presidente ni presidenta… president-AI por Fidel Toledo

Una de las frases más repetidas hoy en día es que la inteligencia artificial nos va a quitar el trabajo. Personalmente, nunca lo he visto como un problema: por mí, que se lo quede. Lo que de verdad me preocupa es que llegue a escribir mejores chistes que yo. Ahí sí, mi vida estaría arruinada.

Lo curioso es que este último chiste ni siquiera lo escribí yo, sino mi ChatGPT. Esta herramienta guarda 45 puntos de información sobre mí, con esos datos sabe a qué me dedico, cómo escribo y cómo hablarme. Es raro pensarlo, porque cuando me piden describirme, casi siempre termino hablando de mi trabajo. Entonces, ¿soy yo quien define mi empleo o es el empleo el que define quién soy?

Siempre me ha parecido interesante el debate sobre si las IAs se quedarán con nuestros trabajos. Revisando las listas de empleos “en riesgo”, noto algo: nadie dice que nació para hacer esas actividades. Los estudios más recientes de Oxford y el Foro Económico Mundial señalan que el 40% de los empleos actuales pueden automatizarse en la próxima década. Y, seamos sinceros, ¿alguna vez has escuchado a alguien decir con orgullo “mi sueño de niño era llenar hojas de Excel” o “quiero pasar la vida capturando datos en un sistema”? Claro que no. Incluso los artistas muchas veces no viven de crear lo que aman, sino de encargos que otros no saben hacer. El trabajo que la IA busca reemplazar suele ser el mismo que hacemos únicamente por dinero.

Ese es el verdadero problema: no es la tecnología, sino la idea de que trabajar es obligatorio para existir. Pareciera que solo está bien no trabajar si eres rico, si tu apellido aparece en una botella famosa o si tu marca está en mochilas escolares.

El trabajo se ha normalizado tanto que solo dejamos de hacerlo cuando la muerte está cerca. En ese sentido, la IA no es un peligro: es un espejo que nos muestra lo absurdo de un sistema donde nuestra identidad depende de producir algo que en realidad no queremos producir.

El otro día vi un análisis sobre si era posible redactar una ley en menos de una semana. La polémica con la llamada “ley censura” en México encendió el debate: ¿cómo podían los legisladores corregir y publicar tan rápido? Algunos concluyeron que la respuesta debía ser la IA.

Y aquí es donde la comparación se vuelve interesante. Hoy en día, para crear y aprobar una ley en México se necesita la participación de alrededor de 500 diputados, 128 senadores y la presidenta de la república, sin contar asesores, equipos técnicos y personal administrativo. El Congreso de la Unión cuesta alrededor de 14 mil millones de pesos al año, lo que equivale a más de 1,100 millones de pesos al mes solo en mantener la maquinaria legislativa. Si dividimos ese gasto entre las leyes publicadas en promedio al mes (unas seis), nos damos cuenta de que cada ley nos cuesta alrededor de 9.3 millones de pesos en sueldos y estructura.

Ahora haz el cálculo inverso: ChatGPT Plus cuesta 300 pesos al mes. Con lo que gastamos en una sola ley, podríamos pagar 31 millones de licencias premium de IA para todos los mexicanos. En otras palabras, mientras nuestros legisladores tardan meses en discutir puntos y comas, una IA redactaría un documento completo en quince minutos y encima nos sobraría presupuesto para pagar un sueldo básico universal.

¿Quién administraría mejor el dinero del país? ¿Un político que nunca ha pisado la calle o una IA que consulta millones de opiniones antes de decidir? Imagina un escenario: mientras un diputado se pelea porque su iniciativa no incluye a su sobrino en la nómina, la IA está revisando en tiempo real qué piensan ciudadanos en Oaxaca, Monterrey o Chiapas, y lo integra en un análisis estadístico global.

Al final, el dilema no es si las máquinas nos quitarán el trabajo, sino si nosotros nos atreveremos a quitarles el trabajo a quienes lo ejercen sin merecerlo. Tal vez la verdadera amenaza no es que una IA escriba mejores chistes o mejores leyes, sino que nos demuestre lo innecesario de un sistema entero que hemos dado por sentado. Mi miedo no es que la IA nos quite el trabajo; mi miedo es que no se lo quite a quienes menos merecen conservarlo.

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