Sin vileza, solo desnudez por Joan Carel

Cortesía FIC: Gabriel Morales

El escenario está desnudo, como los dos cuerpos en escena, aunque, en el principio, cubiertos por una hojarasca mientras trinan los pájaros de un jardín: el Edén.

Apenas iluminados por la tenue luz de una lámpara, se incorporan conforme se definen las formas de sus siluetas. De pronto, luz plena, por la que corren a cubrirse con un par de telas y plantas. 

Ella porta un vestido holgado y corto mientras se desarrolla la coreografía. Sin malicia, como accidente, su sexo queda expuesto, mismo que él se apresura a ocultar entre malabares para mantenerse cubierto también. Ella baila, con libertad, tranquila, mientras él continúa, presuroso, la tarea de cuidar su pudor, como una necesidad imprescindible en su existencia.

En el devenir del movimiento, el vestido cae por los hombros de la mujer hasta descubrir sus pechos y, de nuevo, su cuerpo entero. Entre una media luz, surge entonces el descubrimiento físico mutuo.

Esa misión constituye una exploración de la osamenta masculina a partir de la danza, donde las líneas rectas, curvas y perpendiculares de la columna y la espalda se presentan como la develación hipnótica del mismo ser humano en su corporalidad. Asimismo ocurre con la masa femenina conformada por músculo, grasa y piel, casi como una arcilla capaz de estirarse y contraerse, hasta caer en cuenta de su aroma y suavidad.

Cortesía FIC: Gabriel Morales

Con las lámparas, se establece un juego óptico que, entre claroscuros y sombras, convierte el descubrimiento en un acto más sorprendente, pues con ello se cambia el foco a cada parte material de vez en vez. Suspendida en lo alto con una cuerda oscilante, la exploración adquiere un carácter erótico tan inherente a los cuerpos, mas sin ningún tipo de morbosidad.

Cambia el cuadro. Hombre y mujer visten de negro y bailan, pero la ropa se siente tan extraña, tan ajena, así lo perciben ellos y también la audiencia, como un elemento anormal que entorpece las acciones básicas. En consecuencia evidente, incluso exigida por el ojo que observa, ambos se despojan de las prendas y retoman la danza.

¿Por qué se ha establecido que la desnudez es mala si es parte de nuestra naturaleza más intrínseca?, ¿por qué se ha sembrado un miedo y un rechazo tan profundo ante el ser y el sentir de nuestra propia corporalidad?, ¿acaso los malos somos nosotros por dar cabida a ideas y constructos que nos envilecen?

Su respiración, por el esfuerzo del propio movimiento, denota cierta excitación, pero se percibe pura, consecuente, sin ningún tipo de lascivia ni incomodidad.

Dos lámparas sobre el muro del fondo alumbran a cada uno de los personajes exponenciando la inmensa belleza de los cuerpos, misma que ellos perciben y los lleva a fusionarse a través de un abrazo. Luego plena luz: vergüenza otra vez…

Cortesía FIC: Gabriel Morales

Como un juego de niños, las hojas son ahora un instrumento de provocación sutil para continuar el proceso de reconocimiento. Gatean uno frente al otro hasta que la cercanía desemboca en un beso, lleno de timidez ante el aumento de la luz.

La hojarasca es ahora un lecho armado por ella y sobre el que descansa. Él deposita las hojas sobre su piel, pero ya no para cubrirla, sino para adornarla, y así reposan con los cuerpos entrelazados, sin prisa y en paz.

Pronto y puesta en pie, ella cubre su rostro y se retrae una y otra vez, mientras él le ofrece manzanas. Ella toca su cara y su cuello en reconocimiento de sí misma y una extraña culpa que la acompaña. Él sigue llenándola de manzanas, lo que aumenta su congoja y la paraliza bajo la luz cenital que la expone, la enjuicia y la culpa ante los demás. 

Las manzanas rojas caen. Él muerde una y la invita a probarla. Ambos comen y luchan por tener el control de la fruta. Él queda atrapado en un esfuerzo por sostenerlas todas, mientras ella mastica, lo observa y lo alimenta, aprendiendo a comer juntos y compartir todas esas diversas opciones, mismas que, en complicidad, van descartando con cada bocado y pasan por sus pieles por si el sabor cambia.

Cortesía FIC: Gabriel Morales

Luz plena de nuevo: hombre y mujer descubiertos, pero ahora seguros de sí mismos, sin vergüenza, sin culpa, sin miedo y con una fuerza distinta que les otorgan las lámparas por debajo y sobre su desnudez. Por último, tan naturalmente, ofrecen sus manzanas a quienes los ven.

Una Eva y un Adán fue la propuesta del danés Palle Granhøj en el 53 Festival Internacional Cervantino, hermosa y honesta puesta en escena con Sofia Pintzou y Mikolaj Karczewski, provocación y cuestionamiento al hipócrita pudor en este tiempo, redignificación del cuerpo ante las representaciones y las dinámicas de consumo mediático y comercial que denigran la sexualidad y la desnudez.

Una Eva y un Adán
Granhøj Dans
14 y 15 de octubre de 2025
Teatro Cervantes

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