Un cuerpo suspendido entre la bruma, así abre la escena; el cuerpo de un viejo sobre una banca que funge como cama; un cuerpo, quizá doliente, en contorsión.
Este es el relato de los últimos momentos de vida de un mago en compañía de dos personajes creados por él mismo: “los errantes”. Eso dice el programa, pero resulta más asombroso dar significado a lo que ocurre sin antecedente ni expectativas, como una oportunidad para la inferencia y la conexión.
Desde esa banca, el hombre envuelto en una bata y con la espalda al descubierto, persigue con absoluta admiración a una pequeña mariposa que emerge de sus manos. ¿Es creación de su magia, real o mera alucinación? ¿Es ese un hospital? Así lo parece por la indumentaria, por la cortina que delimita el área, por la lámpara de un blanco insoportable que titila de vez en vez.
Dos hombres vestidos de traje observan la escena, los errantes cuya labor es incierta, ¿aprendices, cómplices, guardianes?, al tiempo que, de un libro grueso, ¿de encantamientos?, el anciano recupera un barquito de papel.
Con una tela traslúcida, más bien un gran trozo de ligerísimo plástico, los hombres crean una mar ondeante entre la nubosidad que inunda el cuadro, mientras música onírica emerge de algún lejano acordeón.
[Digresión]
La función transcurre, por lo menos lleva diez minutos, y la gente en las butacas sigue su propia danza. Un grupo de personas de la tercera edad ha llegado tarde (¿por qué las han dejado entrar si los protocolos sobre horario son tan exactos?), con voces que resuenan fuertísimo sin ninguna muestra de pena por interrumpir.
Hay que tener comprensión y empatía, eso se sabe, por sus años, sus achaques y las debilidades de sus sentidos, pero sobre el escenario también se halla, convaleciente y creando magia, una persona mayor. ¿Qué tan congruente es eso del respeto a las personas “venerables”, si estas ven en el artista a un simple entretenedor, persona de servicio, como tantas otras a su paso, obligada a seguir la función?
[Recapitulación]
Detrás de su barco que surca las nubes, el protagonista sale de escena. Los hombres sobre la banca esperan.

El teatro físico predomina en la obra con una ejecución excelente y una serie de aventuras de encanto cotidiano, enredos y risas en la sencillez de una acción, como una pelota que traspasa los límites espaciales de extremo a extremo o las ocurrencias y disputas con unos bloques para pasar el tiempo.
Si esto es semejante a un hospital mientras alguien lucha por su existencia, su memoria, su estabilidad, ¿cuántos no sabemos del acontecer y las horas infinitas en los pasillos y las salas de espera? El viejo del libro aún se afana en la persecución de su mariposa y de la pantomima de los hombres emerge un pequeño ser, cuyas piernas son sus dedos llenándolos de asombro.
Quizá un jardín, quizá una estación. De nuevo la pregunta: ¿quiénes son esos hombres que esperan sobre la banca? ¿Acaso un par de guardagujas, al estilo de Arreola, a punto de atestiguar un viaje final? Cual cariñosos protectores, siguen las órdenes del anciano en cumplimiento de su último deseo; así dan vida a las olas conforme él se transforma en un vigoroso maestro del agua.
Es de celebrar el magistral uso de los objetos, que cobran vida con algo tan sencillo y tan simbólico como el soplo sobre una pequeña tela con la que ahora juegan. El encanto de la obra se transfiere a un nuevo elemento, la luz, con una lámpara que contiene a la mariposa y maximiza al pequeño ser.

Suenan tambores, ¿latidos? El anciano se desploma sobre la cama y, como última opción para mantenerlo en vida, se agitan sobre él las voraginosas olas, cubriéndolo por completo en un sueño final.
De nuevo en movimiento, ¿en vida o en espíritu?, parece flotar hasta adquirir la misma posición del comienzo: colgante, rendido, en el suelo su libro y su barco de papel. Este último navega por sí mismo hasta perderse en la vaporosa tela ya sin luz, mientras los hombres recogen el lecho, cual mortaja.
¿El color negro es por el luto? Sobre la banca, es evidente en los errantes la tristeza y la resignación. Pero pronto recuerdan el trozo de tela, con el que juegan en señal de que la vida continúa para quien cuenta con aliento y con asombro vital.
En el contraste del clown con las solemnes imágenes poéticas, ¿cuál podría ser el mensaje que se comunica? Vuelve el anciano a jugar con la pelota y, en una escena ralentizada, los hombres giran sobre el suelo en su interminable disputa. El viejo retrocede sobre sus pasos, de regreso a la tela, para yacer inerte mientras su libro cuelga.
Los errantes recogen el libro y extienden sus hojas, cual pergamino, perpendicularmente a la duela. Abren la cortina del fondo y la escena parece un mausoleo con el anciano por estatua nívea.
Se marchan arrastrando un carrito con su pila de bloques, en el cual hay una lámpara que ilumina un relato grabado en el libro: el mago que navega por el Estigia. Aquel carro de luz es el guardagujas que indica el destino. Suenan campanas y la mariposa revolotea mientras los errantes siguen esperando.
Detrás de la tela, se descubre una serie de lámparas, cual río. El anciano sostiene la suya, se despide y avanza por aquel sendero luminoso conforme se cierra la luz y el telón.

Onírico Danza – Teatro del gesto es una agrupación mexicana, creada en 1998 por Gilberto González Guerra (el mago en esta puesta), la cual, además de haberse presentado en cuatro continentes, ha sido merecedora de destacados premios. Con la interpretación de Juan Ramírez y Emmanuel Fragoso, Errantes. Viaje a la memoria es una de las obras más significativas para el público del 53 Festival Internacional Cervantino, quien, como se dijo al término, acepta la invitación para “encontrarnos entre las nubes”.
Errantes. Viaje a la memoria
Onírico Danza – Teatro del Gesto
17 y 18 de octubre de 2025
Teatro Cervantes