En una entrevista hecha al autor chileno Alberto Fuguet, le preguntaron cuál era su olor favorito. El autor, abierto y directo como suele ser, respondió que el olor del sudor masculino es su predilecto.
Me identifico totalmente con el fetiche de Fuguet, para mí no hay nada mejor que un hombre sudado y, sobre todo, al tener sexo. Cuando he llegado a expresar que tengo tal fijación, muchas personas me han juzgado. Nunca entiendo qué tiene de negativo expresar esa clase de gustos. En mi experiencia me he percatado que todos (fuerte énfasis en ese “todos”) tenemos alguna especie de fijación o fetiche, pero que la gran mayoría no están dispuestos a expresarlos, incluso con sus parejas o amigos sexuales.
He conocido personas con todo tipo de tendencias: desde los que disfrutan besar y lamer pies como si fueran una corona que galardona sus lenguas, voyeristas que se deleitan más con los ojos que con su miembro, personas que al ser orinadas o al orinar disfrutan de manera increíble; otros que adoran untarse excremento porque el olor y la sensación les parece un delirio sensual; e incluso, personas que gustan del sadomasoquismo como una vía de exploración sexual y, por ende, personal.
De todos he aprendido que la diversidad no sólo se reduce a las diferentes identidades sexuales, sino también a la gran gama de formas en que la gente vive su sexualidad.
Sin embargo, aunque somos tan variados, muchos no son sinceros. Muchas veces la insatisfacción sexual se debe a la falta de comunicación que tenemos, y no sólo en un encuentro casual, también en nuestras relaciones fijas.
En una ocasión escuché una entrevista que le hacían a una actriz porno y ella decía que todo radicaba en las palabras. Que, muchas veces, si estamos insatisfechos es por pendejos y miedosos, no porque la otra persona no nos satisfaga.
Creo que lo que ella menciona es muy cierto, y que también aplica para cuestiones como fetiches. Prácticas de este estilo suelen tener la connotación de prohibidas, perversas o inmorales. Y hay que aclarar una cosa: si son vistas así es porque hay un maldito deber ser que, incluso, ha fabricado un discurso de cómo debe ser el sexo en nuestras sociedades.
Si nos censuramos es porque nos aterran el juicio y el rechazo. Sin embargo, opino que esas dos cuestiones son necesarias para el crecimiento en la cuestión sexual. Vamos a conocer personas que quieran o no practicar ciertas cosas, a veces se llegará a un consenso, a veces vamos a querer dar un gusto o que nos lo den a nosotros. Sin embargo, todo eso dependerá de si, en primer lugar, verbalizamos nuestros deseos.
La gran falla es no hablar y esperar que el encuentro sea un evento fluido como si se tratara de una escena porno. Debemos quitarnos esa mentalidad, en primer lugar, porque no debemos esperar que el otro sea una especie de adivino que puede leer nuestros deseos más hondos y que, por lo tanto, sabrá cómo satisfacernos para que tengamos un orgasmo colosal.
Y, segundo, porque el porno es más utópico que verdadero, es decir, no nos muestra un encuentro sexual del todo posible y, sobre todo, porque no muestra muchas situaciones incómodas y dolorosas que suelen ocurrir en el sexo real.
Si se va a tener sexo se debe hablar sin miedo. Se deben expresar los gustos y limitaciones. Debemos aprender a crear un consenso. A veces el placer es también estar al tanto de lo que le excita al otro y la manera en que podemos conseguir que tenga esa sensación.
Yo, por ejemplo, además del sudor, tengo una fuerte fijación por los pies, gusto por el vello corporal y también gusto por ser, hasta cierto punto, dominado. Lo último, que podría ser lo más extraño para muchos, es para mí algo misterioso, es el único fetiche que sigo sin entender por qué es parte de mí, pero ahí está, bello y placentero para darme gozo.
Al principio de mi vida sexual nunca hablaba, no era capaz de expresar lo que buscaba y eso me llevó a sentirme muy insatisfecho. Me dediqué a culpar a los otros por no procurar por mi placer y por sólo usarme como un medio para satisfacerse. Tiempo después descubrí que yo estaba mal y todo radicaba en que nunca decía qué era lo que quería.
Cuando me comencé a expresar, pasaron diversas cosas: hubo quien no quiso nada conmigo porque, al expresarle lo que deseaba, no quería ser parte, pero también hubo personas que no descartaban la posibilidad, y, por supuesto, gente que desde el primer momento aceptó ser parte de una situación conmigo.
Así es también el sexo: una gama de posibilidades en donde no siempre todo será favorable. Sin embargo, para eso está la experimentación. Es importante que tengamos claros nuestros deseos, pero que, también, conozcamos los del otro. La satisfacción, muchas veces, comienza por la boca, y no precisamente por el sexo oral, sino por atrevernos a decir lo que preferimos en el acto.
Otra cosa importante es estar dispuestos a innovar, a conocer, a expandir nuestros horizontes. Que la curiosidad no sea sólo un deseo frustrado que llevamos cargando. Mejor hagámoslo una realidad que nos permita saciar ese anhelo. Quizás será lo esperado, quizás no, pero el punto es atreverse a romper nuestros límites y obtener nuestras conclusiones.
Creo que mientras todo acto sea consensuado, es decir, que exista responsabilidad y conciencia por parte de los participantes, es posible llegar a ese escenario que hemos imaginado. El factor principal es sinceridad, primero con nosotros mismos, lo cual implica conocernos y, también, haber experimentado y, segundo, aprender a sincerarnos con los demás para que nuestros deseos sean entendidos.
Que no nos avergüencen nuestros fetiches y fantasías, son una evidencia genuina de que la sexualidad no es una lista de pasos, sino el descubrimiento de una diversidad de actos que nos ayudan a definirnos y auto descubrirnos.
Prueba, acierto y error, a eso se reduce también la vida sexual. Hablemos más de nuestras fijaciones. El sexo fue hecho para gozarlo y, por experiencia propia, puedo decir que, al decidir abrir la boca, se disfruta mejor.