Lección 6 por Justes

0.

“Sobre esta Tierra, los dos únicos misterios que nos permiten percibir, fugazmente, lo que puede ser la cara de Dios, son el amor y la belleza”. Si no fuera por lo más que explícito de sus diarios, cualquiera podría pensar que Gabriel Matzneff sigue una estela rilkeana que parece recorrer como un río secreto nuestra mentalidad. No de todos. La de algunos.

1.

El autor de las siempre necesarias Cartas a un joven poeta vivía en un solo mundo, en el suyo propio. Un mundo tan rico que logró trascenderse hasta ser nuestro. No de todos, de algunos.

“Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita, y a nada son menos accesibles como a la crítica”.

Para él, la soledad es condición sine qua non de casi todas las cosas valiosas del mundo: el arte, en su caso, la escultura y la poesía. Pero no basta la soledad para poder tanto percibirla como crearla. A ella siempre añade una característica. Esa soledad debe ser un lugar de encuentro con algo bello, no necesariamente material, aunque acabará siéndolo, el lugar donde sólo podemos ser nosotros. No todos. Algunos.

Y, como consecuencia lógica, “toda belleza es una callada y persistente forma de amor y anhelo”.

2.

De esa soledad en la que uno se encuentra con la belleza sólo hay un único medio, no la crítica, ni la descripción, ni siquiera la contemplación, con que vivirla. De la belleza ha de nacer, si hay rectitud de corazón, o, con otras palabras, si no hay maldad alguna en que se la contempla, un amor. Un amor que sea nuestro. No de todos. Apenas de algunos.

“Sólo el amor alcanza a comprenderlas y hacerlas suyas: sólo él puede ser justo para con ellas”.

Que seamos capaces nosotros de comprender la belleza se da cuando se transforma en amor o con amor es contemplada. Algo al alcance no de todos. De algunos.

3.

Y todo parece indicar que el tercer paso tras la belleza y el amor debe ser el sexo, algo que en nuestra época, esta sí en la de todos, parece ser el último. Aunque se pueda confundir simplemente con  lo animal que hay en nosotros. No en todos. En algunos, en bastantes.

“Pues ahí no hay un mundo sexual del todo maduro, puro, sino un mundo que no es bastante humano, que solo es masculino; que es celo, ebriedad, juicios y orgullos, con que el hombre ha desfigurado y gravado el amor. Por amar meramente como hombre y no como humano, hay en su modo de sentir el sexo algo estrecho, salvaje en apariencia, lleno de rencor y malquerer”.

Porque del sexo, como de cualquier actividad humana colectiva, se vuelve siempre a la soledad en la que volver a contemplar o rememorar la belleza. La belleza que se ofrece a algunos. No a todos.

“De este modo aprendemos despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente”.

PD

Y mientras esperamos que algún día todos, sí todos, estemos más cerca de Rilke que de nuestra propia condición animal, habrá que consolarse con una de las anotaciones del diario de Matzneff.

 “Algún día el viento cambiará de dirección, la gente estará cansada de que el Estado, la Justicia y la policía le dicte lo que debe pensar, escribir, fumar, comer, amar (y sobre todo lo que no debe pensar, escribir, fumar, comer, amar), y se alzará contra este fascismo de la salud y de la virtud que nos domina, que pretende controlar nuestras vidas”. No la de todos. La de algunos.

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