Cuando mi abuelo dice que le duele el cuerpo, me doy cuenta de que en realidad le duele el cáncer. Bromea al decir, por ejemplo, que le corte la pierna. Y a nuestra risa no le sigue un silencio o algo solemne sino el intentar moverse. Cuando era niña me acuerdo que los huesos o las articulaciones me lastimaban y el doctor decía que era porque estaba creciendo. Mi altura se convertía en una enfermedad extraña. A veces imaginaba que me iba a convertir en un gigante igual que Gulliver. Pero sólo me gustaba pensar en subir a Antílope y viajar y saber leer un mapa y usar una brújula. Ahora tengo la teoría de que el dolor es también como esos liliputenses amarrando nuestros nervios y musculatura. También creo que mi abuelo está creciendo.