Los huesos duelen con esta piel encima
con esta carne torpe que se obstina en sentir y llamarse cuerpo
con este cuerpo que se obstina en dejarse habitar por ti
contigo que te obstinas en fecundar mi entraña
habiendo querido batirte en otra
habiendo preñado otra carne para perderla luego
habiendo dejado tu quid entre el trayecto de dos cuerpos
que nunca querrán hacinarse.
Hay algo que debe llamarse alma
lo sé, porque se me zurce a la agudeza de una punzada constante
dicha en su nombre, visto en tus sueños.
Debe haber algo intangible detrás del estómago y del hígado
algo que es capaz de pudrirse y sarpullir en fuga de lágrimas.
Hay algo que seguramente me fue inoculado después de tu huida
después de dejarte infectar por el guano de otra caverna omitida de tus viajes.
Porque descubro escozor entre los yermos que forman mis entrañas
porque mi barriga engendra luz que se apaga con su plaga.
Mis huesos, pobres huesos cansados
mi alma, pobre alma supurante.
Y tú cantando, y tú apelando al presente de mi angustia
y tú decretando sobre mis senos y mis muslos
que has decidido acampar y guardar refugio vigilante.
Y tú sílbandole al viento el anhelo de su brisa
para que llegue a otro puerto, uno que no has podido ver
y del que perdiste derecho al paso
por anclar tu vela en este mar de mis huesos.
Ojalá pudiera redimirte, marinero.
Ojalá mi carne no fuera un dique sin salida.
Ojalá mi entraña no fuera el plomo de tu ancla.
Ojalá mi mar no fueran solo huesos.
Ojalá yo fuera la sirena, maldita sirena libre que canta y hechiza.