Summer no es una perra, la perra es tu autoestima Por Sandra Fernández

"No quiero superarla, quiero que vuelva."

Tom

 

Es muy natural que todos generemos juicios sobre las personas con solo verlas. Podríamos decir que la personalidad de alguien tiene mucho que ver con su ropa, con la forma en que habla, o con las personas que frecuenta. Idealizar a alguien así es algo que nos ocurre con frecuencia, y también con frecuencia es algo que nos cuesta caro.

 

Antes de ver la película de 500 días con ella recibí montones de recomendaciones. Al parecer el común denominador de las personas que habían visto dicho filme radicaba en opiniones positivas: buena música, buenos actores, una trama muy amena, etc. Por fin se llegó el día y conocí a la idolatrada Summer. Un personajazo de la pantalla. La diosa del perfecto estereotipo de la femineidad.

Toda la película nos enmiela la mirada con las estampas de una chica que, no sólo es bella por fuera, sino que tiene aficiones y gustos encantadores, dignos de una generación entera. Una mujer feliz y atrevida, pero siempre elegante y encajada en la pulcritud de una intelectualidad casi artificial. Es justo la mujer de la que cualquier millennial podría enamorarse, y al mismo tiempo, se trata de la mujer que cualquier millennial convencional pretende ser: culta, independiente, fina. Por otro lado, conocimos al mártir más mártir de todos: el pobrecito, triste y abandonado Tom.

Dicen la mayoría de los fanáticos que Summer es una perra. Que Summer tenía al hombre ideal. Que Tom daba su vida entera por ella, y que ella no supo valorarlo. Ella lo usó, ella lo manipuló, ella se aprovechó. Summer es, para todos sus fanáticos, el diablo encarnado por la preciosa Zooey Deschanel. Y en tanto, Tom es alguna especie de héroe decadente cuyo dolor fue tan real en pantalla que mereció ser el dolor de todos los seguidores, hombres y mujeres, adultos y adolescentes, todos empatizaban con este sujeto. Si buscas las opiniones con respecto a la película, en la mayoría de las review, los blogs, y esas cosas, hablan de lo mala que es Summer, de lo trágico que resultó todo, y de la tremenda incongruencia de esta chica al casarse con alguien que, obviamente, no era Tom.

Y al buscar definir mi opinión con respecto a Summer, en el regocijo de los cinéfilos youtuberos, recordé que de niña me encantaba leer a Hans Christian Andersen, y que mi cuento favorito siempre había sido La Sirenita. Es este cuento de una sirena que al cumplir quince años sube a la superficie para conocer los encantos de la humanidad y sus inventos. Tras una larga, muy larga, espera por fin concreta su partida y llega a la sombra de un barco que celebra el cumpleaños de un hermoso príncipe al que ella salva la vida tras un naufragio. La pequeña sirena entrega su total amor al joven, y hace de todo para intentar volver a las aras del príncipe. Da su hermosa voz a cambio de un par de piernas, unas piernas que a cada paso suman el dolor de cuchillos y vidrios que se clavan. Pero para ella cualquier sacrificio es suficiente con tal de compartir su vida con aquel hombre, a sabiendas de que moriría si no lograba casarse. Ella no sólo no se casó con él, también le cargó el velo a su novia el día de la boda, y fue siempre su gran amiga, la mujer que daba luz a su vida, y que estaría por siempre en la friendzone. Las hermanas de la Sirenita logran pactar con la bruja que si ésta mata al príncipe podrá volver al mar para vivir mucho tiempo en compañía de su familia, pero la jovencita no lo mata porque atiende a la razón y se da cuenta de que la felicidad del príncipe estaba con su esposa.

Y que conste que jamás he escuchado a nadie decir que el príncipe de La Sirenita es una perra. Y es que él tampoco la amó nunca como pareja, y a pesar de sus atenciones, él terminó casándose con otra. Otra a la que eligió por cualidades bastante superficialitas. Sin ser una mártir, la Sirenita murió literalmente por el amor de su príncipe, y sin ser héroe, ella jamás fue alabada por haberse desprendido de cualquier tipo de egoísmo, y sobretodo, nadie nunca admiró su capacidad de soltar, a pesar de la lucha. Es así como reconsideré el papel de Tom, más que el de Summer.

Tom es un joven con una autoestima confundida, él pretende hacernos sentir empatía tras el dolor que le provocó el rompimiento. Nos sentimos identificados porque todos somos egoístas. En nuestra mente no cabe la idea de que no porque queramos a alguien significa que ese alguien esté obligado a querernos. Tal y como le sucede a Tom. Y es así que Summer es una perra, porque toma decisiones en las que es firme. Ella jamás prometió estabilidad o amor, lo único que pudo ofrecer siempre fue compañía, una compañía a medias. Pero ella era honesta. La Sirenita quizá hubiese necesitado un tanto de ese egoísmo, pero su franqueza fue lo que la convirtió en un ser divino tras la muerte.

Nadie debe pensar jamás que su vida depende de otra persona; todos debemos vivir y aceptar nuestros duelos. Aprender a seguir con, sin y a pesar de. Porque limitar a nuestra felicidad hará que nos lamentemos profundamente con el tiempo. No tenemos la obligación de querer, y no hay uno solo que esté obligado a querernos, ni siquiera nuestros padres están realmente obligados a hacerlo. La espontaneidad con la que surge el amor debe ser un aliciente para proteger al fruto que viene tras la complicidad y la compañía.

En fin, la perra es esa autoestima confundida que te hace creer que mereces el amor sólo porque tienes la capacidad de sentir amor. Bueno, no hablo de ti, o de mí, ya sabes…. Hablo de Tom.

 

Sandra Fernández 

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