Antes del amanecer, Eric estaba ayudando a Jacq a acomodar algunos vasos y los bancos cercanos a la barra, acompañados por música de Lee DeWyze al fondo. No podía decir que le gustara, pero parecía poner de buen humor a Jacq, quien siempre terminaba la noche escuchándolo mientras acomodaba los últimos detalles en el bar. Los meseros ya se habían ido y los chicos de la cocina ya estaban cerrando. Eric ya se había acostumbrado a verlos salir por la puerta principal mientras sólo alzaban la mano derecha y la movían en gesto de despedida, cansados por la jornada.
Eric veía que Jacq era una buena jefa: en ocasiones les pagaba más de la cuenta y los dejaba llegar un poco tarde, claro, siempre que hubiera una justa razón. Eso le agradaba más de ella y, sin embargo, no podía conectar los puntos: ¿por qué Oliver se había comportado de esa manera con ella? Landon seguramente sabía, pero él seguía en tinieblas en ese aspecto. Le había tocado, por azares del destino, conocerla, y ahora compartía de vez en cuando el lecho con ella. Su relación se había vuelto más formal, tanto que había planes para conocer a los padres de ella; aunque no había fecha certera, todavía, Eric se sentía más nervioso que de costumbre.
Había conocido, en una de esas noches, a un ex de Jacq: un tipo alto, fornido (aunque no tenía los músculos marcados como él, acaso sólo era de espalda ancha y consumía mucha proteína, pero parecía no llevar la rutina correcta de ejercicio); el cabello rubio le llegaba hasta los hombros y tenía una barba un poco descuidada, además de que sus ojos eran de color verde y su tez clara, pero no era tan grandioso una vez de frente. Eric le extendió la mano con firmeza, notando que el hombre no había puesto el menor interés siquiera en el apretón; tal vez, sólo tal vez, se había sentido un poco intimidado, pero eso era darse mucho crédito. Sin embargo, Jacqueline le había dado un lugar muy alto frente a su ex, y Eric tenía la duda de si era para darle celos o en realidad lo consideraba como tal: una persona íntegra, trabajadora, bien educada y atenta, responsable y sencilla.
—¿Qué piensas?— la voz de Jacqueline rompió las notas de “Anabelle”, al fondo.
—¿Uh, qué?— Eric se mostró sorprendido y volteó a verla —En nada, pero… ¿Por qué lo dices?
—Has estado callado todo el tiempo. Normalmente me preguntas algo sobre la música o sobre la noche— Jacq sonrió y acomodó dos vasos en la repisa —. ¿Estás bien?
—Claro que estoy bien— Eric sonrió, nervioso, mientras acomodaba uno de los bancos al otro lado de la barra —, sólo, pienso, cosas, tú sabes, como toda persona.
—Ajá…— Jacq entrecerró los ojos y lo siguió observando —Sé que hay algo que no me quieres decir. Haces todo eso cuando no quieres que sepa algo, pero eventualmente me lo dices— Jacq puso ambas manos en la cintura, observando a Eric —. Dime, qué es, así no tengo que preguntarte en tu estado más débil— rió un poco.
—¿Mi estado más débil?— Eric soltó un poco de aire por la nariz, como si hubiera querido reírse, tal vez burlándose de eso, y sonrió de lado —¿Cuál es ése?
—Bueno, pues es justo cuando ya terminaste, que estás cansado y que necesitas dormir. Ahí es donde estás más débil— Jacq rodeó la barra para llegar a donde estaba Eric —. Sabes que es verdad.
—Ehm, bueno, sí, pero no es nada malo lo que estaba pensando.
—¿Y por qué no?— Jacq rió y acto seguido guiñó un ojo —Deberías pensar más cosas malas.
Ambos se abrazaron y emprendieron camino hacia la salida, apagando los interruptores necesarios para dejar todo en completa oscuridad. Sólo quedaban encendidos, como siempre, los monitores de las alarmas, los seguros automáticos, aquellas cosas que se hacian cargo de cuidar el lugar cuando estaba solo. Afuera, la motocicleta de Eric los esperaba.
De camino al departamento de Eric, Jacq se recargó en su espalda, dejando todo a su cuidado y bajo su responsabilidad. Confiaba en él, con ese sencillo gesto había puesto la vida en sus manos y él se sentía bien, aunque sabía que era demasiada responsabilidad; nunca había pensado en ello, pero ahora dicha idea le venía a la mente como por arte de magia. Si fuera por él, nunca la expondría a nada, aunque no podía encerrarla.
Recordó su infancia, cómo se raspaba las rodillas y las manos subiendo por los árboles de su lugar natal; aludió algunas cicatrices a cierto tipo de descuidos, pero nada grave. Pensó en cómo se preocupaba su madre cuando lo veía lleno de moretones, luego de las prácticas, pero también en cuánto orgullo le producía a su padre porque cada vez eran menos. “Ya aprenderá, poco a poco y, en un futuro, nadie podrá ganarle. Se podrá defender solo. No tendremos que estar con él todo el tiempo”, decía su padre a su madre cada vez que ella le reclamaba por pagar las clases para Eric. Pero una motocicleta era diferente: manejar en un país extraño ya suponía en sí misma una idea arriesgada.
—Confías en mí, ¿cierto?— dijo Eric a Jacq una vez que entraron a la estancia.
—¿Por qué lo preguntas?— respondió Jacq mientras se quitaba la chamarra y la ponía sobre un sillón, sentándose para quitarse los botines.
—Siempre reposas tu cuerpo sobre el mío. Siempre siento tus pechos en la espalda, cada que vamos en la motocicleta, aunque parezca que no se van a sentir con toda la ropa que usamos.
—Cariño, si fuera por mí, no usaríamos nada…— rió Jacq, respondiendo a Eric, quien le devolvió el gesto con una sonrisa.
—Sí, lo sé. Pero es diferente. Ahí estamos demasiado expuestos…— respiró profundamente y siguió, sentándose en un sillón frente al que estaba Jacqueline —He pensado vender la motocicleta. Creo que estaríamos mejor si usáramos un automóvil.
—Pero, es tuya. Está bien que te traslades en ella, pero no siempre vamos juntos— Jacq dejó caer uno de sus botines, sin cuidado, y reposó ambos codos sobre sus rodillas, observando a Eric.
—Lo sé, pero quiero cuidarte. Eventualmente viviremos juntos, así que, pensando a futuro…
—No me digas que pensando a futuro. Apenas dormimos juntos unas noches, salimos y nos divertimos, voy a tu estudio y tú vas a mi bar, tenemos sexo y nos divertimos, pero no sabemos qué va a pasar a futuro…— Jacq se recargó en el respaldo del sillón, sin despegar la mirada de Eric, quien la miraba en silencio — Sé que tenemos planes… Pero no es algo seguro, ¿sabes? Hace un tiempo yo ni sabía si iba a vivir. Ahora no sé si quiero quedarme aquí.
—Jacq, no te vayas— Eric se levantó del sillón y se sentó encima de la mesa ratona, frente a Jacqueline, estrechando sus manos —, perdóname si el comentario te ha alterado pero sólo pensaba, malamente, en que algo pudiera pasar.
Jacqueline permaneció en silencio, observándolo fijamente mientras lo escuchaba. Cuando acabó, Eric esperaba su respuesta; sabía que la había incomodado de sobremanera porque no deseaba responderle ya. Permanecía inmutable, tomando sus manos y con los labios entreabiertos. Ni siquiera había tragado saliva.
—Creo que es mejor que descanses. Quiero revisar unas cosas en internet antes de dormir y tú trabajas temprano mañana. Yo soy un animal nocturno, ¿recuerdas?— respondió, finalmente, Jacqueline, soltando las manos de Eric y caminando hacia la cocina —No pienses que estoy molesta, sólo debo pensar las cosas.
—Está bien— asintió Eric con la cabeza, desviando la mirada, sin poder comprender la reacción de Jacqueline y confundido.
¿Para qué demonios estaba entonces el plan de conocer a sus padres? Si eso no era señal de que tenían algo serio, Eric no sabía qué era. Para él, educado tal vez “a la antigua”, era un gran paso el conocer a los padres de alguien; “debes mostrarte como un hombre de bien”, siempre le habían dicho sus padres, “porque eso eres”, afirmaba su madre. Eric lo creía: no robaba ni engañaba, a Jacqueline la había tratado muy bien, siempre, y se preocupaba por ella. Recordaba lo de Oliver y se molestaba demasiado con la simple idea de que alguien levantara su mano sobre una mujer, de que alguien quisiera lastimar a un ser humano. Y ahora, su persona favorita lo rechazaba. Trazaba poco a poco su vida al lado de ella y ella sólo se había limitado a exponer las cosas de manera seca y tajante: no había nada seguro entre ellos dos.
Eric decidió levantarse en silencio, caminando hacia la alcoba; no dirigió la mirada hacia atrás. Se limitó a recostarse en la cama, una vez que se hubo quitado calzado, pantalones y playera; cuando menos lo esperó se quedó dormido profundamente. Nada de pensar en ese asunto durante toda la noche ni de esperar a Jacqueline en la cama: sólo durmió, en el silencio de la noche, sin poner atención a cualquier ruido que hiciera Jacq.
En la mañana siguiente, algunas horas después, tal vez, Eric se levantó de la cama. Caminó por la habitación, acomodando la ropa que se pondría luego de tomar una ducha. No escuchaba nada al otro lado de la puerta y decidió no mirar hasta estar listo para el nuevo día, así que se metió al baño y puso música de Demons & Wizards a todo volumen: “…Please tell me why, cause even your smile hurts”…
Cuando salió de la habitación, Jacqueline estaba sentada a la barra, observándolo, con una taza de café en la mano. Frente a ella, había otra taza de café caliente, esperando a que él la tomara. Parecía un tipo de ritual de pasaje, sencillo pero bien orquestado, y él se sentía como el animal del sacrificio. Ya podía escucharla decir cosas como “sé que han sido muy lindos los momentos juntos, pero…”, o “no quiero nada serio”, aunque tal vez fuera el típico “necesito tiempo”. Sabía que jacq era una mujer con puntería, sólo que ahora dudaba de la profundidad de sus argumentos.
—Eric, necesito decirte algo— no esperó a que él se sentara; le bastó con que apenas tocara la taza de café —. Hice una cita para hoy. No te había dicho y te pido perdón por eso— él intentaba sostener la mirada con la de ella —, pero debía decírtelo tarde o temprano. Ayer ya no tuve la oportunidad y decidí no mezclarlo con el argumento de anoche, porque no sabía cómo ibas a reaccionar…— Eric tomó aire profundamente, evitando otra reacción hacia ella sin esconder la mirada. Si iba a doler, dolería lo necesario. Jacq sabía por qué hacía eso: sabía que él no quería siquiera derramar lágrima frente a ella, así como ella no quería verlo, pero era buena usando las palabras —Hoy veremos a mis padres, en la noche. Tuve que arreglar eso y no quería que supieras. Prefiero que me odies un momento a que lo hagas durante toda la vida, así que aunque parezca que no quiero nada serio contigo, bueno, sólo espero que hoy seas tú mismo frente a ellos. Al diablo si te aceptan o no, pero no quería que sobrepensaras en ello. Ahora en lugar de pensar en ello durante días, sólo serán algunas horas, ¿qué te parece?— Jacqueline bebió un sorbo de su café y le sonrió a Eric, quien la observaba atónito, sin saber qué hacer o responder.