Tomó la cortina por la orilla y observó por el pequeño espacio que se acababa de abrir; la ventana no daba directamente hacia el frente de la casa y eso le permitía cierta ventaja. Al frente, en la entrada de la casa, descendía su madre de un automóvil color plata; Landon respiró profundamente y cerró los ojos, soltando la cortina y bajando la mano. Encontraba tedioso tener que responder a su madre o siquiera cruzar palabra con ella; durante las cenas, los desayunos, los almuerzos y las comidas se había acostumbrado a estar en silencio, respondiendo desinteresadamente. A los dos días de mostrar dicha actitud, se había dado cuenta de que su madre ya no insistía en ciertas preguntas: “¿sales con alguien?, ¿tienes empleo?, ¿acaso tienes casa propia?”… Ya no sonaba la voz de su madre entonando tales palabras durante los alimentos.
Tocaron a la puerta. Dos leves golpes. Landon pasó su mano diestra por la cabellera larga y lacia mientras caminaba hacia la puerta; odiaba el típico “¿quién?” o dar la falsa respuesta de “Adelante”, porque no quería compartir su espacio con nadie, mucho menos de su familia, de sus orígenes que había intentado sepultar en las profundidades de la distancia. Tal vez por eso había huído.
—Disculpe, joven— afuera de su habitación una mucama bajaba la mirada mientras daba aquél mensaje —, su madre los espera para el almuerzo.
—Comprendo, gracias. Diles que ya bajo— respondió Landon, cerrando la puerta en seguida.
La chica no tenía la culpa de su odio familiar y tampoco de su actitud; aunque, por otro lado, no podía remediar su poca educación en ciertos asuntos y su falta de modales durante su estancia. Esperaba solucionar todo pronto, aunque no veía mucha voluntad de parte de su madre; sin embargo, sólo tenía los ojos fijados en el objetivo: su herencia. Era el primogénito de una familia de viejas costumbres, agradecidos porque él fuera el varón, enloquecidos cuando él había desaparecido y ahora enfurecidos porque les mostraba que la familia le importaba poco.
Bajó las escaleras lentamente, pasando las yemas de los dedos de la mano siniestra por el pasamanos; vestía un pantalón de mezclilla negro y una playera de mangas cortas del mismo color, completando la vista con unas botas igualmente negras. Su cabello lo llevaba suelto, apenas acomodado. Ingresó en el comedor y se sentó en una silla próxima a Ashley, alejado de su madre, quien ocupaba la silla a la cabeza de la mesa; en cuanto tomó su lugar comenzó a comer, tomando cuchara y plato con cada mano y recargando la espalda en el respaldo de la silla. Su madre lo observaba con desdén, cando pequeños sorbos a la taza de té.
—¿Qué sabor de té nos harás beber hoy, madre?— comentó Landon sin haber pasado completamente bocado. Era claro que lo hacía para molestarla.
—No se le llama “sabor”… Es infusión.
—Ah, sí, bueno, ¿qué infusión es?— dijo Landon, tomando la taza de té frente a él y levantándola un poco para que una joven se acercara y vertiera té en su taza.
—Rooibos, se llama— comentó Ashley mientras posaba la taza sobre el pequeño platito.
—¿Y por qué en el almuerzo, madre?— Landon prosiguió con sus preguntas —Pensé que la hora del té era sagrada para ustedes.
—Para nosotros— contestó su madre, haciendo énfasis en la última palabra —. Recuérdalo, eres mi hijo.
—Bueno, sí, para nosotros— Landon prosiguió —, ¿por qué a esta hora?
—Si debes saber…— su madre lo miró fijamente —En la tarde vendrá el abogado. Nos presentará la suma exacta a la que cada uno de ustedes tiene derecho y no planeo que un extraño pase con nosotros la hora del té. Mejor pasarlo ahora en familia.
Ashley comía en silencio, observando cada uno de los movimientos de Landon y de su madre; él lo sabía: sabía que era muy diferente a su hermana y que su madre no podía pedir mucho de él porque no lo había criado, propiamente, pero eso lo usaba como ventaja. Era, en cierto sentido, un escudo del cual se pudiera aferrar para actuar de tal o cual manera, pese a que le produjera una gran molestia a su madre. No estaba seguro si había sido su entera culpa, pero sabía que no se había opuesto a la decisión que lo hizo ser como era.
—Pero, venga, compartimos todo el tiempo con extraños— observó a la joven que le había servido té y sonrió —, sin ofender, ¿eh?— regresó la mirada a su madre —Claro, les conoces tú, pero nosotros ni idea.
—Ashley las conoce. Prácticamente creció con ellas— comentó su madre.
—¿Cierto?— Landon observó a Ashley, quien asintió mientras dejaba la servilleta que había estado reposando encima de sus muslos encima de la mesa.
—Me retiro, disculpen— comentó Ashley, levantándose y alejándose, quizá por su bien.
—Bueno, pero no es como que tuvieras a esas niñas aquí viviendo, ¿cierto? Una cosa es criar a los hijos de la servidumbre y otra diferente verlos como parte de la familia— comentó Landon, volviendo los ojos a su madre.
—De hecho, vivían en una de las casa de huéspedes, al otro lado del jardín trasero. Sus madres las mandaban a la escuela durante la mañana y en la tarde acompañaban a Ashley cuando ella podía, por si quieres saberlo— su madre siguió tomando té.
—Cierto, cierto, como la pequeña burguesa que es. ¿No te cansas?— espetó Landon.
—¿De qué?— su madre respondió sin mirarlo.
—De ser así, ¿de qué más? Te has convertido en una tirana. Antes eras el prospecto perfecto de sumisión y esposa devota, siempre haciéndole caso a tu esposo.
—…Tu padre— su madre lo observó —… Mi esposo era tu padre.
—¡Sí, sí!— Landon alzó la voz, levantándose de su asiento —¡Y me olvidó en cuanto pudo!— Landon se alejó de la mesa. Estaba furioso; sabía que ahora estaba perdiendo los estribos y que todo era culpa de su madre. Su táctica producía un efecto que él no había deseado —¡Ambos lo hicieron!— señaló a su madre —¡No podían hacerse cargo de mí y me enviaron lejos! ¿Sabes qué me pasó?
—Déjalo, si sólo fueron unos cuantos años— su madre lo miró, seria, poniendo ambas manos encima de la mesa, con los dedos enlazados.
—¡8 años! ¡Los justos para irme de esta pocilga!— Landon comenzó a caminar hacia la puerta de salida.
—¡Landon!— su madre alzó la voz. Landon volvió a verla, exhaltado, furioso —Él lo hizo por tu bien. Ambos lo hicimos.
—¡Repítelo hasta que te lo creas, madre!— Landon salió de la estancia.
En las escaleras, hasta arriba, estaba Ashley sentada. Lo observó subir los escalones con paso firme y pesado, casi retumbando en toda la casa. Tenía la energía de su padre, eso era seguro, pero él no lo identificaba así; lo menos que pudiera ser ligado a él.
Se detuvo frente a Ashley, quien tenía ambas manos sobre las rodillas, deteniendo el borde de su vestido blanco; clavó sus ojos en los de ella, ambos del mismo tono. Ambos eran dos lados perfectos de una misma moneda: cabello lacio, rubio, largo… Ojos azules… Tez blanca… Pero uno varón y la otra mujer. Dos lados contrarios y perfectos de una misma moneda. En su contrariedad una era tranquila y el otro era demasiado dinámico.
—¿Qué quieres?— preguntó Landon.
—¿Quieres ir a beber algo?— contestó Ashley.
—Es la 1 de la tarde— Landon estaba extrañado por la pregunta.
—Deben ser las 8 de la noche en algún lugar del mundo— Ashley sonrió.
—Me agrada tu forma de pensar— Landon sonrió, olvidando la pelea con su madre —Pero no te llevaré a ningún lugar con esa ropa de niña perfecta. Ve a buscar algo más propio para un lugar de mala muerte.