¿Y qué hago con mi amor? por Mario Gómez

Un día mientras estaba pacheco y pensaba en qué podría escribir sobre la hierba, se acercaba el 14 de febrero, y se me ocurrió que podría hacer algo que tuviera que ver con el amor, el desamor y la marihuana. Como cada año la pasé solo. En realidad me puse una pedota pero me gusta un chingo el drama, así que para llegar al punto al que quiero llegar, vamos a decir que la pasé solo solín solito.

Con todo y los muchos libre pensadores que nos recuerdan a cada rato que es una mamada de las corporaciones, que el amor se celebra todos los días, que no necesitan de flores y corazoncitos para querer, y demás mierdas. Yo creo firmemente que se ven bien bonitos todos con sus florecitas. Me da una ternura asquerosa ver parejitas de secundaria de la mano, con sus ositos y dulces. Además creo que el amor de secundaria es más puro porque aún no te hacen chingaderas, es esperanza ciega, ellos se aman y sienten que estarán juntos para toda la vida. No, querido lector, yo nunca he pasado un catorce de febrero con una pareja, y lo más cercano ha sido darles flores a mis amigas (de esas que te cuentan sus dramas y así, o sea amigas de verdad). Sea como sea, está lindo que los que pueden, cojan con cariño.

Y me seguía dando mi toque, cuando al mismo tiempo que pensaba en el amor y en quién he amado, llegué a la conclusión de que amo a la marihuana. Es simple y sencillo, desde que llegó a mi vida encontré un rincón de paz que no encuentro en ningún otro lado. Profeso mi amor a la hierba cada que puedo y no me avergüenza decir que soy consumidor de canabis, en otras palabras, soy bien pinche marihuano. Pero es esta misma defensa férrea de mi María que ha llevado a más de uno a llamarme adicto. Curiosamente siempre se trata de alguien que le encanta la peda, pero ese tema será para otra ocasión. Hasta donde tengo entendido un adicto es alguien que de ninguna forma puede dejar de consumir lo que sea que se mete. Uno de los argumentos más comunes para defender a la hierba es que no te da síndrome de abstinencia. No, la hierba te da eriza.

Me tardé en escribir porque qué hipocresía tan grande es hablar sobre la eriza estando todo pacheco, por eso tuve que esperar a que llegara el momento más triste en la vida de un marihuano. Las bolsas están vacías, las cajas sólo tienen pequeñas migajas verdes que se confunden con polvo, a los frascos ya ni les rasco nada y si mis pipas pudieran hablar dirían algo como “ya no hay cabrón, ríndete”. Es un fenómeno muy raro, pero si fumas, y tienes amigos que fuman, siempre hay un día terrible en el que nadie tiene weed. Por alguna razón, un día, así sin más ni más, ya no hay hierba a tu alrededor.

Pero ¿Qué es la eriza?

Todo aquel que la haya sentido puede mandar a la verga desde ahora esta columna porque entiendo lo triste que es recordarla. Pero para quien que no lo sepa, la eriza es como cuando no tienes novia: no te pasa nada, la vida sigue normal, pero está más chido cuando si tienes.

“Qué pinche mamón” habrás pensado, pero no se me ocurrió un mejor ejemplo. Es difícil explicar esta ansiedad que da de repente. Hoy fue un día muy normal, desperté de malas como siempre, pero eso normal porque no me gusta despertar y hacer cosas. Hice cosas y luego volví a mi casa, ahí me pegó.

En mi casa es un secreto a voces que soy un marihuano. Es como si fuera gay y toda mi familia supiera que mi “mejor amigo” es mi vato, pero nadie dice nada. Bueno, yo no meto hombres a mi cuarto, pero la neta si huele un chingo a mota, ni siquiera tienes que entrar para notar el olor, es imposible que nadie lo note. Tengo la costumbre de fumar cada que puedo y hoy no pude. Otra vez.

La puerta está cerrada, estoy solo en mi cuarto frente a mi computadora, podría masturbarme pero mi pene ya está cansado y quiere que lo deje en paz. Las casas que alcanzo a ver desde aquí tienen todas las luces apagadas, supongo que mis vecinos están durmiendo. Yo no puedo dormir otra vez, ya perdí la cuenta de cuantas veces he abierto el cajón mágico, para buscar el frasco de la felicidad y darle unos besos a mi novia. Yo sé que no hay nada, recuerdo perfectamente bien cuando me estaba haciendo el ultimo porro y me dije “échalo todo, luego consigues” y aun así de cuando en cuando abro el cajón y reviso el frasco. Eventualmente voy a volver a conectar, pero por ahora no lo he hecho.

La eriza es la costumbre que se queja. Es levantarse por primera vez a las cinco de la mañana a hacer ejercicio y estar adolorido los próximos días. Estar erizo es como cuando estás en la cama, recostado de lado y te acomodas boca arriba. Esperas sentir a alguien más pero no hay nadie que detenga la ínfima caída, volteas y es entonces cuando comprendes que ella ya no duerme junto a ti. El silencio entre dos es un dueto de respiraciones, el silencio de un pacheco es un porro crepitando. Si hay quien acostumbre a dormir abrazando, yo acostumbro dormir con el hitter en la mano y el encendedor en la otra, pero hoy mis manos están vacías. Tengo ganas de abrazarla y no decirle nada, sólo sentirla. Tengo ganas de tocarla y que su olor quede impregnado en mis dedos. Muero de ganas de verla, sólo verla con su hermoso color brillante, ya no quiero seguir sintiendo la impotencia de encontrarla por la calle y no hablarle.

No estoy tirado en el piso sobre un charco de sudor y ardiendo en fiebre, temblando, vomitando. Sencillamente estoy triste, enojado, y además me siento ridículo, como cuando fui a ver Lalaland y lloré. Siento el mismo fastidio que aquella vez que me dijeron “Es que soy muy aburrida y exigente. Siempre serás especial para mí pero te quiero como amigo” y no pude hacer más que quebrarme en espera de una resignación que me enfriara la sangre. Siento el miso coraje absurdo que cuando veo sus fotos con su novio. Yo me meto a su perfil y veo las fotos, podría no hacerlo, podría no sentirme mal por algo tan estúpido. Pero es esta impotencia que me aplasta y no me deja respirar cuando me atrapa el ocio. Es esta necesidad imperiosa de abrir el cajón para encontrar nada. Buscar entre pipas a ver si de suerte ha quedado algo. La marihuana es como un buen vino o una buena mujer. Fumar del hashis[1] es como tomar alcohol malo o tener sexo por despecho y despertar con cruda moral. Llegas a sentir una ligera elevación, pero terminas con dolor de cabeza y jurando no volverlo a hacerlo, aunque la próxima vez que andes erizo lo vas a volver a intentar.

Si hubiera que dedicarle un poema a la eriza sería Muero de amor de Jaime Sabines, si hubiera que dedicarle una canción sería Tú sin mí de Dread Mar I, y si hubiera que dedicarle una sentimiento, sería la misma impotencia que sientes al ver al amor de tu vida con alguien más, esa misma combinación entre coraje y tristeza que da ser el mejor amigo. La eriza es querer amar y no poder, por eso yo pregunto: ¿Y qué hago con mi amor?

 

PD: Si de pura suerte lees esto, feliz cumpleaños, te extraño. Te quiero.

 

 

 


[1] Algunos pachecos dicen que no es hashis, pero pues no sé cómo vergas se llama lo que queda quemado en las pipas.

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