Es común que después de un debate presidencial se hagan mesas de diálogo en programas de televisión o internet y que las personas discutan para definir a un ganador.
En las mesas de postdebate de las principales cadenas televisivas invitan a los representantes de las campañas. Cada uno dirá por supuesto que su candidato es el ganador.
En unas mesas por internet darán por ganador a cierto candidato, otras a otro.
Cada ciudadano dará por ganador al candidato con el que simpatiza.
Y al final, eso servirá como un método de propaganda, no de reflexión.
Por eso, soy enemigo de esa clase de reduccionismos. Los debates no son partidos de futbol donde se cuenta el número de goles para definir al ganador, tienen tintes que deben analizarse.
El primer debate del domingo 22 de abril entre López Obrador, Ricardo Anaya, José Antonio Meade, Margarita Zavala y “El Bronco” se celebró con un formato distinto al que siempre se había usado, en el cual los moderadores hicieron preguntas generales a todos los candidatos y luego sobre cada tema hicieron preguntas directas, muchas de las cuales eran interpelaciones directas a sus dichos o circunstancias.
Los candidatos contaban con un minuto y medio para responder las generales y un tiempo de minuto y medio que repartir a discreción para las directas.
Además, hubo otro minuto y medio que repartir para interpelaciones entre estos.
Si bien representa un avance a celebrar respecto al rígido formato histórico en que se hacían los debates en México, es aún perfectible: los candidatos siguen sin tener tiempo suficiente para hablar de los temas importantes o hacer aclaraciones sobre si mismos; la repartición del tiempo por sorteo imposibilita a ciertos candidatos aclarar ataques de los otros y es ridículo pensar que en un minuto y medio se pueden hablar de temas complejos de gobernabilidad, economía o seguridad entre otros, sobre todo en un país tan complejo como el nuestro.
Sin embargo, es un cambio bienvenido.
Me llama la atención ver que en la opinión generalizada, Ricardo Anaya es percibido como el “ganador” del debate, mientras que en las mesas de opinión de intelectuales como la de Brozo por internet, declaran “ganador” a López Obrador.
Para analizar mejor el discurso de Anaya, es necesario separar el contenido de la oratoria. Haciendo este ejercicio es fácil descubrir que Anaya es un experto en el sofisma que es una retórica vacua y sin contenido dicha de manera convincente y aparentemente elocuente para aparentar una capacidad, inteligencia y confiabilidad que no tiene.
Anaya empezó el debate con la misma consigna que el resto de los candidatos: pegarle al puntero, lo hizo en conjunto durante buena parte de las dos horas, también aventó alguna propuesta sin sustento ni explicación e hizo ataques por corrupción e incapacidad al gobierno del PRI con el que estuvo aliado durante el sexenio para aprobar las Reformas Estructurales que él mismo sostuvo que nos han perjudicado.
Anaya también aventó mentiras al más puro estilo panista clásico de Felipe Calderón en el 2006, dijo por ejemplo que el índice delictivo subió y las inversiones en el Distrito Federal -ahora Ciudad de México- habían bajado durante la gestión de López Obrador. También dijo que López Obrador militaba en el PRI cuando Carlos Salinas era candidato a Presidente de la República.
Ambas cosas son categóricamente falsas y es fácil acreditarlo así usando el internet.
No se trata de defender a López Obrador, sino de dejar claro que Anaya apuesta así a la desinformación y a la falta de una cultura de la investigación por parte del ciudadano mexicano a la hora de corroborar los dichos de un candidato contra otro. Usa a su conveniencia la ignorancia y falta de cultura democrática del mexicano.
Aunque habló con rapidez y propuso ciertas medidas prácticas como el uso de la tecnología para combatir el crimen -algo con lo que nadie podría estar en desacuerdo, es el proceso natural y que es una medida que no cambiaría nada a grandes rasgos- , su discurso no planteó ninguna propuesta concreta ni nada que lo comprometa, ningún cambio de fondo o alguna idea nueva para terminar la violencia de la guerra al narco o para luchar contra la corrupción.
Anaya, por ejemplo, toma ejemplos y formas de otros países que no son aplicables para México, no explica cómo los aplicaría aquí, pero los utiliza hábilmente para dar una impresión positiva.
Es parcial en sus ejemplos extranjeros, menciona que en Colombia una amnistía no resultó bien en el corto plazo, pero sin mencionar que en el largo plazo, se redujo la delincuencia y violencia, y pasando por alto el hecho histórico que todos los conflictos armados que se han resuelto pacíficamente, lo han hecho así con una amnistía. México vive en el segundo conflicto armado más mortal del mundo y fue causado por el partido que el abandera, pero tampoco asume esta responsabilidad. Su participación al respecto se limitó a mostrar un libro escrito por él y comprometerse a explicar una “nueva estrategia” para lograr seguridad y paz durante el debate. Nunca lo hizo.
Al calor de un debate en vivo es fácil caer en la trampa de percibir esta retórica como un indicador de claridad de Anaya, sin embargo, cuando se analiza el discurso en una transcripción escrita, no aguanta una revisión ni laxa ni rigurosa sobre su contenido.
Es por eso que creo que mucha gente da por ganador a Anaya, hizo bien su papel de engañar con su voz, sonrisa y juventud.
Una de las moderadoras, Azucena Uresti, se convirtió en tendencia por Twitter con el hashtag #AzucenaGanóElDebate. Milenio, agencia informativa para la que ella trabaja, sacó una nota elogiando sus “filosas” preguntas a los aspirantes dos horas después de terminada la transmisión.
Me es importante señalar que casi al inicio del debate, Azucena le hizo a Anaya dos preguntas sospechosamente contrastantes a esta percepción, dos preguntas muy fáciles de responder que le sirvieron para quedar bien e incluso atacar al puntero:
“¿A favor de una Reforma Constitucional para un fiscal independiente y autónomo?”
A lo que él respondió con un obvio sí y procedió a acusar a López Obrador de oponerse a ello.
“¿En esta condición de inseguridad en el país, usted, como padre de familia, permitiría que sus hijos estuvieran en el ejército?”
A lo que él respondió también obviamente que sí y adornó diciendo que apoya a sus hijos en sus decisiones.
La primera pregunta tiene una respuesta obvia a la que nadie podría negarse, de hecho ninguno de los candidatos lo hace, y es una exigencia de todo el país que eleva la popularidad de quien la respalda en voz alta.
La segunda pregunta es completamente irrelevante para el gobierno, además de que no representa una postura gubernamental y es un supuesto que bien podría ser una mentira, pero con alto valor emotivo y empático con los electores.
En este sentido, opino que la manera en que se hacen las preguntas es poco clara y opaca en sus reglas y se puede prestar a sospechosismos como los que señalo.
Por todas estas razones, veo posible que Anaya suba puntos en las encuestas en los próximos días, al haber apelado con su retórica a los indecisos.
El gran protagonista de esta elección es el puntero, Andrés Manuel López Obrador en su tercer intento de ganar la presidencia por Morena, el partido que él mismo fundó.
Obrador jugó a la segura, a nadar de muertito, a no proponer ni contestar nada que lo comprometa y a intentar evadir los ataques de los demás candidatos.
Esto puede ser positivo para el voto duro de Obrador, pero es un craso error tratándose de convencer a los indecisos, que quieren y merecen claridad en propuestas tan polémicas como la amnistía.
Obrador parece olvidar que lo importante de un debate, y en general de una campaña, es convencer a los indecisos para ganar por ese margen.
Obrador se da un lujo que no puede darse: en sus giras hace declaraciones controvertidas, propone ideas que suponen un cambio en las formas y causan preocupación por saber cómo serán aplicadas. Luego necesita desmarcarse de esas declaraciones.
La amnistía es una de ellas, ha sido capitalizada por todos sus contrincantes -especialmente por José Antonio Meade del PRI- para acusarlo sin sustento de ser un criminal y por ello querer negociar con ellos.
La regla básica de una campaña -tan básica que hasta sale en Club de Cuervos, Temporada 3- es no decir nada que te comprometa, porque cuando dices una cosa, algunos estarán de acuerdo mientras que otros tantos te odiarán o peor, se bajarán de tu proyecto. Obrador se dedica sistemáticamente a romper esa regla y no asume sus dichos más tarde a la hora de dar explicaciones, precisamente para volver a seguir la regla, dejando una impresión de incongruencia y falta de planeación.
Da evasivas torpes, con su característica velocidad lenta para hablar, responde lo que quiere, no le importa lo que le preguntan, lanza consignas, sus ya famosas frases prefabricadas (“el avión presidencial se lo mandé ofrecer a Trump”, “me podrán llamar Peje, pero no lagarto”) y chistes, olvida que no está en un mitin con sus simpatizantes, o en un comercial de treinta segundos para grabar con teleprompter o en un video para YouTube donde rescata tortuguitas, sino en un debate definitorio que debe ser llevado con seriedad.
A la hora de responder a los ataques de sus contrincantes, aún las calumnias como la que dijo Anaya, prefiere callar en vez de defenderse; continúa hablando de lo que quiere, en vez de causar una buena impresión en el público al batear con buen swing las pelotas que le avientan.
El público lo que quiere son respuestas, no alguien que se quede callado.
En preguntas difíciles como las acusaciones verdaderas de tener a Napoleón Gómez Urrutia y a Manuel Bartlett como militantes prefiere callar. En política es incluso preferible responder con una mentira que no responder en lo absoluto. El que calla otorga.
Obrador hizo mala administración de su tiempo y esto también le causó muchos ataques a los que no tuvo réplica, pero lo que más sorprendió fue cuando él mismo decidió no responder a los ataques, aún teniendo tiempo disponible.
Además, se enganchó con “El Bronco”, quien está evidentemente puesto ahí para perjudicarlo.
Todos estos errores le costarán algunos puntos en las encuestas de los próximos días.
Sin embargo, Obrador si aventó algunas frases bastante dignas y que dejaron impacto en la audiencia, por ejemplo decir que hay que mejorar la calidad de vida de los más pobres para evitar la delincuencia, su discurso habitual sobre la corrupción, específicamente del caso Odebrecht y que no se puede combatir la violencia con más violencia si supone un cambio de fondo de la política de seguridad en una simple frase. Incluso coinciden Anaya y él en que hay que atender las causas del delito en vez de usar armas, algo que Margarita Zavala lleva al segundo plano.
Estas frases fuertes de Obrador desafortunadamente solo en eso quedaron, porque no explicó más sobre su propuesta de seguridad y cómo se llevaría a cabo la amnistía y habló más bien del neoliberalismo y la pobreza como causantes de la delincuencia, un tema muy de su línea, bastante relacionado y en el cual no se puede decir que no tenga razón, pero más que un método o estrategia es un diagnóstico que todos conocemos. Y los diagnósticos o discursos prefabricados ya no sirven de nada.
Obrador no jugó con sagacidad, tiene todo para ganar en esta ocasión, pero si no lo logra será por efecto de esta tibieza. Lo que se le puede rescatar es que en el debate siguió congruente con lo que viene diciendo desde el 2005 y que aprovechó su tiempo para señalar que no le han podido comprobar corrupción por más que se lo hayan buscado.
Desde el 2006 ha sido malo para los debates, esta vez no fue una sorpresa.
José Antonio Meade, el candidato del PRI, fue elocuente en su forma de hablar, pero incongruente en su contenido. Empezó criticando la corrupción del gobierno, habló de la Estafa Maestra, pero él fue parte del mismo gobierno que perpetró esos robos y pudo haber sido importante para que se hiciera justicia en esos casos. Cuando es increpado al respecto responde con evasivas y palabras vacías.
En el estilo priísta de siempre, se dedicó a golpear al puntero con guerra sucia y afirmaciones mentirosas, como acusarlo de tener tres departamentos y también atacó a sus hijos.
Los asesores de Meade optaron por hacerlo más agresivo de lo usual en el debate como un revés sorpresa, pero la estrategia les salió mal porque ya no es posible creerle esa personalidad y no tiene sustento moral para atacar a nadie, ni siquiera mencionando que es el primer candidato ciudadano del PRI, algo que fue para todos ridículo, sobre todo cuando evadió las preguntas directas que se le hicieron sobre su relación con los gobiernos anteriores en los que trabajó.
Acusa a Obrador de no aportar al gobierno, sin entender que el electorado mexicano lo que busca ahora es una alternativa que no sea parte de ese establishment.
Todas sus propuestas fueron olvidables por haber sido cosas que ya se han planteado antes, pero el PRI no ha podido o querido implementar.
Tampoco fue muy inteligente al tener una discusión uno a uno contra Ricardo Anaya acerca de la corrupción de los dos, en vez de seguir pegándole al puntero. Esta discusión sobre la corrupción del uno y del otro solo fortalece la percepción de Obrador como honesto.
Además, se opuso rotundamente con un “Por el amor de Dios no” a la revocación de mandato en la que coincidieron Obrador, Anaya y “El Bronco”, un tema que es muy popular y que los candidatos abanderan ya sea por conveniencia o convicción, pero con un resultado positivo en las encuestas.
Así pues, quedó a la vista de todos su necesidad de hacer guerra sucia para seguir figurando en una contienda electoral en la que siempre será gris por no entender qué es lo que los mexicanos quieren escuchar. Algo muy lejano de la formidabilidad intelectual que otorgaba León Krauze a Meade a la hora de debatir.
Margarita Zavala debería saber que se parece más de lo que ella quisiera a Obrador, porque responde también con frases prefabricadas en forma de palabrería vacía sobre los valores, defender a la familia (¿cómo podría no defenderse a la familia?) y ser mujer.
Aunque, a diferencia del resto de los candidatos, llegó sin compañía a la sede del debate, le es imposible separarse del legado sangriento de su marido el expresidente Felipe Calderón, cae en contradicciones a la hora de querer criticar la estrategia, pero al mismo tiempo decir que tuvo aspectos rescatables que quiere retomar. Cuando se le preguntó qué abonaría al uso de la policía y las armas en la estrategia contra el crimen respondió ridículamente que agregaría a las fuerzas armadas.
Esto es un punto muy malo después de que tanto Anaya como Obrador dijeron que atacarían las causas del delito en aspectos como la educación, cultura, deporte y oportunidades.
Margarita hizo el ridículo en el debate, porque además de su poco talento para hablar e hilar frases sin trabarse, tenía el peso polémico de la política del esposo expresidente que no le permite fijar ninguna postura fácilmente ante el electorado, incluso diciendo frases con las que pretenda asegurar que tiene su propia identidad y nombre.
Por último Jaime Rodríguez “el Bronco”, quien fuera reconocido como candidato después de un fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPFJ) ante el disgusto del INE y de millones de mexicanos, hizo un trabajo bueno en montarse con su personalidad en un debate en el que muchos opinan que no debería de estar. Incluso se dio el lujo de vulgarizar la transmisión poniendo un letrero con su nombre y un número de Whatsapp frente a su podio.
“El Bronco” le quita tiempo de participación, y por ende de explicación de sus puntos, a los tres candidatos importantes, esa fue precisamente su tarea.
“El Bronco” aprovecha su posición y dice cualquier cosa sin la menor consecuencia, por ejemplo aventando frases como que hay que cortarle la mano -literalmente- a los delincuentes como en el Código de Hammurabi, o que los militares den clases, como en la Italia fascista de Mussolini, para causar polémica y exaltación, distrayendo la atención hacia él.
Le pegó al puntero e interpeló a algún otro candidato, aunque muy poco a Meade.
Es más que evidente que es un pastiche puesto por intereses oscuros para dividir aún más los votos de la elección.
Y como es alguien que no tiene ningún tipo de presión y dice lo que sea, si podría esperarse un crecimiento pequeño de la intención del voto para él en las encuestas. Hay gente a la que le gusta escuchar que a un ladrón le cortarán las manos y a los demás les importa tan poco el candidato que nadie se dedicará a atacarlo.
En resumen, parecería que Anaya crecerá un poco, Obrador bajará un poco, Meade bajará también un poco (sus votos se le sumarían a Anaya), Margarita se quedará igual y “El Bronco” crecerá también un poco.
Precisando que asumieron los siguientes roles:
Anaya fue un malabarista de la retórica vacía.
Obrador fue un evasor de preguntas, con todos pegándole.
Margarita hizo el ridículo con su falta de elocuencia.
“El Bronco” fue un golpeador sin nada que perder.
Meade es olvidable. (Tanto así, que me di cuenta que no lo mencioné en esta lista en mi lectura de revisión de este artículo.)
La tendencia mexicana de que los debates no representan un cambio de opinión significativa de los votantes seguirá vigente y las proporciones en las encuestas quedarán muy parecidas a como se han mantenido.
Serán los videos, fotos y montajes sobre el debate lo que si causará cambios de opinión.
El debate ahora pasa a servir como material para los despachos de guerra sucia de todos los candidatos en el que se sacan de contexto frases y se hace creer que pasó algo que no.
Por eso, recomiendo verlo y consultar la transmisión original en el YouTube del INE: