La mente de Max enloquecía por episodios. Una y otra vez se imaginaba follando con ella. Ella, quien guardaba la armonía de un cuadro de Renoir, su mirada lanzaba pozos de melancolía y su rostro siempre ladeado recordaba al Nacimiento de la Venus de Botticelli.
Se dirigió nuevamente al bar a trabajar sin esperanzas de volverla a ver. Sus idas y venidas no guardaban lógica y nunca sabía cuándo podía esperar su visita.
La cabeza de Max comenzaba a soportar un peso intangible de pasión y sufrimiento. La imagen de los muslos de ella sobre los suyos, y las manos de él apretando la cabeza de ella hacia su torso se repetían una y otra vez en su imaginario interno. Fantaseaba con sus movimientos como si fueran los de un hada drogada bailando al diablo encima de él.
El bochorno comenzaba a asentarse en la ciudad y su cabeza parecía explotar.
Y ella, se preguntaba, ¿con qué fantasearía ella?