No sé ni cómo empezar a decir esto. No hables, por favor no lo hagas, lo has hecho durante mucho tiempo, es más, siempre lo haces, tú hablas y yo sólo escucho. ¡Te digo que no hables! No me voy alterar, esta vez no.
Sólo necesito decirte que ya no te necesito, que ya no me necesitas, que ya no formarás parte de mí; ahora comenzaré de nuevo. Tendré amigos, tendré una vida, una vida normal. ¿Cómo? ¿Qué me dices? No, esto no es vida, no es real, todo es ficticio, todo es anormal. No puedo seguir respirando la mentira, aunque me haga sentir bien, pero definitivamente no estoy bien.
¿Que quién lo dice? Todos, mis padres, en la escuela, yo, mis amigos, el psiquiatra, el mundo. Lo nuestro fue toxico y maravilloso a la vez; fuimos únicos, entrañables. Tus ideas y mis actos eran euforia, peligro, diversión; tan maravilloso y siniestro a la vez.
Me acuerdo aquella primera vez que te vi con tu disfraz de conejo; asustabas, dabas miedo, si tan solo tuviera una pizca de normalidad. Sin embargo me atrajiste, llamaste mi atención. Sólo dijiste: “Veintiocho días, seis horas, cuenta y dos minutos, doce segundos”. Y ahí comenzó la cuenta regresiva.
A partir de ese suceso no te me despegaste. Inundé e incendié como en un cuento de Green. Nadie lo notó, porque no lo dije, porque me obligaste; sólo se lo dije al Dr. Pichardo. ¡Ya sé que es un pendejo! Pero me dio la solución, y las tomaré, así que terminemos con esto. ¡No, te digo que no me quedare solo! ¡Tú me haces hacer daño! ¡Hacemos daño! ¡Ya lo sé! ¡Son sólo putos placebos! Pero por favor ¡vete!
Está bien, empecemos.
12, 11,10, 9, 8, 7……