Ella y Max IX Por Mónica Menárguez Beneyte

 

Eva trabajaba muchas horas en una galería de arte moderno poco visitada por la gente, salvo por algún turista excéntrico. El lugar se encontraba escondido en una intersección poco célebre poblada por inmigrantes de la ciudad. No ganaba mucho dinero por este trabajo pero disponía de tiempo para hacer lo que realmente le gustaba, pintar. En sus horas muertas se dedicaba a sacarse las asignaturas que le quedaban para graduarse en bellas artes. Recostada sobre el suelo, en el centro del pasillo de la galería, realizaba sus tareas recordando a un Pollock en sus mejores trabajos. Eva vivía sola en la ciudad desde que se había mudado hacía dos años tras pasar un año haciendo trabajos comunitarios en Santiago de Chile. No había conseguido hacer muchos amigos y su vida era un poco solitaria. Andaba del trabajo a casa y de casa al trabajo. Solo unos pocos días quedaba con una amiga que había conocido en clase y marchaban a tomar algunas cervezas juntas. Su amiga pagaba las cervezas y ella ponía la marihuana que se la daba su jefa cuando no podía pagarle con dinero. Lo único que rondaba últimamente la cabeza de Eva era él. ¡Quién demonios era Max! Sin muchos intereses en su vida cotidiana, casi todo el tiempo lo dedicaba a pensar en él. Si estaría casado y con veinte hijos, si viviría con sus padres y cuidaría de su padre enfermo, si le gustarían las chicas con mucho pecho cosa que la dejaba fuera de juego, o si tenía una hermana pequeña a la que le ayudaba con los deberes.

Eva cerró los ojos para recordar su rostro y poder pintarle pero sus líneas se desdibujaban en su recuerdo. Tenía miedo de no coincidir: en el sitio, en los gustos, en los deseos… Por ahora solo tenía una nota que guardaba en el suelo de su cuarto sin mesa ni mobiliario alguno: Quiero conocerte.

 

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