La voyeur vainilla Por Ave de mal agüero

 

 “Mi miedo es mi pena

Te sobra la ropa

Ahí viene la fiera

Los ojos retando

La piel implorando

Que empiece la fiesta.

Y sobre la mesa

A viajar por el mundo.

Si tanto te gusto aquí va un consejo

Fóllame mucho.”

Fragmento de la canción Juegos de mesa de Julio de la Rosa

Del álbum Hoy se celebra todo

 

A Enric le gustaba el helado de vainilla. Nunca probaba nada nuevo, siempre pedía un cono sencillo en la misma heladería. Lo que cambiaba era la pareja en turno, eternamente presto para la cita.

            ¡Es el contacto!, me dije. Tocar a la otra era hablarle sin palabras, decirle lo que el decoro no permite. Las ganas y el deseo, traducidos a un simple roce sobre la ropa. Pero eso era un arte practicado durante años y que no todos llegaban a dominar. Porque, ¿cuál era la diferencia entre una fricción refinada y un vulgar manoseo?

            Su modus operandi era invitarlas por un helado. Lo sabía porque los veía desde mi ventana. Yo no soy del tipo voyeur, pero me llamaba la atención la manera en la que usaba su cuerpo cuando las cortejaba. Confieso que le espiaba. Todos los músculos tensados en la medida exacta. Su erguida postura era la del predador frente a la presa, alrededor de ella, pero tan sutilmente que no la hacía huir sino quedarse. Movía las piernas con paso firme pero cadencioso, el torso seguro, estable y con los brazos envolviendo y tocando siempre la figura de la que le acompañaba. Las manos eran una delicia: esos dedos eran hábiles pulsadores de la piel femenina, los cinco haciendo presión sobre la cintura, recorriendo porciones de la espalda de arriba abajo pero sin llegar al fondo,  el meñique frotando los vellos de los brazos, pulgar e índice prensando el mentón, el pulgar solo acariciando el labio inferior, el dorso de la palma apoyándose descuidadamente sobre una pierna y retirándose en seguida, los cinco nuevamente cerrándose sobre la mano de la elegida. Finalmente sus intensas miradas acababan por destrozar la resistencia de la susodicha. Unas palabritas como tiro de gracia y lo conseguía. Era hipnótico.

            Así sin más, subían a su habitación justo al lado de la mía. Y cogían furiosamente sobre la mesa. Lo sabía ya que en este punto no tenía necesidad de espiarlos: los gemidos alcanzaban decibeles indecentes. Mientras llevaban a cabo el ritual semanal yo trataba de escuchar algún nuevo vinil. Porque si él coleccionaba citas, yo coleccionaba viniles. El rasgar del fonocaptor sobre la superficie del disco se me antojaba el medio perfecto para combatir el sonido de al lado. Cuerpos chocando, mesa chirriando y gargantas casi gritando. Si subía yo el volumen de mi música, subían también ellos el volumen de la suya.

            Lo que me atraía era ese cortejo que desplegaba con cada una de sus citas, era su manifestación animal más exquisita. Por los ruidos no me imaginaba nada mejor que lo que hiciese cualquier tipo común y corriente. Seguramente no había más de dos posiciones. Pero eran sólo suposiciones mías Lo que no podía sacarme de la cabeza era la idea de que la variedad de movimientos que utilizaba en la insinuación previa, era mucho más rica que la que usaba en la cama.

            A la mañana siguiente los escuchaba salir de la habitación, bajar las escaleras, abrir y cerrar la puerta. Solía asomarme a observarles otra vez y la magia del día anterior había terminado. El encanto corporal de Enric desaparecía, ya no hacía gala de su gracia anatómica. Parecía que el hechizo se rompía a la media noche justo cuando éste se venía sobre la joven en turno. El trance se evaporaba y no quedaba más que un recipiente soso y maltrecho.

 

            No vi dos veces a la misma mujer. Y tampoco resistí más la tentación. Quería probar un poco de ese helado de vainilla, así que esa misma noche al escucharlo abrir la puerta, puse en la tornamesa el último álbum de Anna Calvi y me lancé escaleras abajo.

            -Hola, ¿vamos por un helado? Sé que te gusta el de vainilla.

 

 

 

0 Shares: