Bocho amarillo Por Iván Alejandro Díaz Acevedo

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Me grita “¡Mira un bocho amarillo!” y luego pronuncio un “AUCH” seco tras el golpe bien dado. El amor es como ver bochos amarillos, un algo no tan frecuente y un poco doloroso al final. Quizá sea por eso por lo que siempre que veo un bocho amarillo pienso en Ella, sí “Ella”, así en mayúsculas, porque Ella como los empleados alados de dios es el mayor de los milagros.

Ella es como las perlas, una casualidad entre cientos de posibilidades que sin embargo es aquí y ahora el más precioso de todos los tesoros marinos. Buena ventura es el poder ver esa belleza afrodisíaca que evoca al deseo y al pecado.

Esa boca delicada, esos cachetes suaves, esa nariz que le cae en picada… Esa expresión de santa endemoniada que me llama y me perturba. Esa voz risueña que se extiende como un eco por las noches es un embrujo como el canto de las sirenas en altamar. Ella es un faro, un puerto abierto y un nuevo destino.

Burlándose me dijo que sólo para poner un ciber me alcanzaba, pero juro por Dios que si mi ciber tiene éxito sin pensarlo la pongo de secretaria. Una vida tranquila al son de una canción de Facundo Cabral… No aspiro a demasiado, sólo a su boca en mi boca, su abrazo en mi abrazo, y por qué no, su alma en mi alma.

Fotógrafa: María Paola Garrido Barrera (paogarriido)

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