Ayer escuché a un conductor de noticias radiofónico verter su ira contra las filas para cargar gasolina. Decía que en toda su vida no había visto algo como aquello, de esa gravedad. Yo me debatía entre suponer que el sujeto había vivido 50 años abajo de una piedra o que quizá habría sido abajo de un tronco en medio de un bosque lituano.
Descartado el bosque lituano debido a su perfecto español, me quedé con la teoría de la roca.
LO PRIORITARIO, LO IMPORTANTE Y LO NECESARIO
El comunicador y su servidor vivimos en la misma ciudad del centro de México: puntera en feminicidios dentro de un estado con el mismo distintivo, con sus respectivos centenares de desapariciones sin resolver, primeros lugares en denuncias por abuso de autoridad policial, cada tres años se encuentran boletas electorales quemadas en algún baldío, epicentro logístico y económico de la ordeña de oleoductos, las ambulancias forman parte del paisaje sonoro nocturno y quienes aquí habitamos no sabemos distinguir entre balazos, motores tronando o cohetes de alguna fiesta patronal porque se perciben en cualquier momento, lugar y cantidad, y a pesar de todo esto las personas a cargo de la seguridad fueron refrendadas por diez años más para llegar a completar 22… pero el conductor del noticiario nunca había visto algo tan relevante como una triste fila para comprar gasolina.
Normalmente estas cosas no me parecen trascendentes, salvo que en esta ocasión esta persona representa a una gran parte de la población, quienes de todo el espectro de afectaciones y vejaciones al que han elegido o vístose orillados a elegir normalizar, deciden hoy condenar el cierre de oleoductos para combatir el robo a los mismos.
Aún más, lo consideran una tragedia nacional. En serio, consideran, ojo, que las filas son lo relevante, aquello que hay qué solucionar, aquello prioritario y que apremia y que es un asunto de Estado; no así el robo de combustible a la paraestatal que sostiene la economía del país y le da valor cada peso del hogar.
EL PRIVILEGIO DE ENGORDAR
Me he dado a la tarea de recorrer las columnas nacionales, sobre todo aquellas de la derecha donde es frecuente agarrarse de lo que sea para emitir algunas líneas y que la vida siga. Pasé del respetable Rafael Cardona a lo siempre folclórico que uno se puede topar en El Universal, sin omitir al infumable Ricardo Alemán. Nada.
¿La razón? Las filas son en un puñado de estados específicos donde el huachicol es mermado, y donde la consecuencia no son cadáveres colgados en los puentes como venganza, bombas en sitios públicos o matazones de cualquier índole, sino una fila para cargar gasolina.
Los inconvenientes domésticos de algunos no son la tragedia de todo un país, me imagino.
Debo reconocer que esto sucede en un estado de gente animadversa al gobierno federal desde su psiquis profunda, y que mis vecinos de decenas de kilómetros a la redonda están dispuestos a desarrollar diabetes como se debe con tal de no perder su derecho a la obesidad y llevarle la contraria al odioso peje. Así, con asquerosas minúsculas. Toma, toma, demonio tabasqueño.
El IMSS nos dice que dejemos de usar el auto, los urbanistas de todo el mundo lo recomiendan también, de igual forma lo hacen organismos ambientalistas dentro y fuera del gobierno. Pero por alguna extraña razón expertos en movilidad, salud y ecología no tienen argumentos de tanto peso como nuestra flojera.
YO SOY UN CHAVO DE ONDA
No estoy buscando justificar las acciones del gobierno, hay bastante gente a la que le pagan para hacer eso y yo no lo haré gratis. Sino estoy buscando darle lógica a las opiniones a mi al rededor. Esto, señoras y señores, es lo realmente difícil.
No sé dónde descansar mis conclusiones, si en el egoísmo o en la ignorancia, acerca de que hablamos nomás porque tenemos boca y que queremos cambios de raíz pero sin la más leve consecuencia. Queremos resultados pero no queremos “invertirle”. Queremos el poder de reclamar pero ni siquiera dejamos que pasen algunos días para tener verdaderamente algo qué reclamar.
Es cuando me viene a la mente que, si comparamos la edad de nuestra patria y la de otros países, somos un país adolescente, y si usted tiene uno de esos especímenes en casa (o recuerda bien su edad de la punzada) sabrá que quieren todos los derechos y rechazan a gritos y sombrerazos cualquier responsabilidad, nada es suficiente, quieren cosas de valor incalculable sin poder ofrecer a cambio siquiera una habitación ordenada de vez en cuando. Drama aquí, drama allá. Drogas, narices rotas a la salida de la escuela, o introversión hasta el despropósito… Y al mismo tiempo todo el presente y el futuro se recarga en los hombros de esos volátiles humanos. México.