Los otros juniors por Luis Bernal

Llevo días intentando llegar a uno de los rincones que aún quedan vivos del sindicato del crimen en la ciudad Mirasierra. Me puse el traje de reportero para un medio nacional con la idea de no volver más a escribir aquí. Estoy en una colonia con más habitantes que algunas ciudades del estado, está ubicada al oriente de Saltillo. El año pasado un medio local publicó un reportaje donde comparaban Mirasierra con una favela, no están tan errado. Aquella vez fungí como informante ya que por casi cuatro años viví en un fraccionamiento que colinda con dicho sector. Durante ese tiempo vi más militares, marinos, grupos de armas tácticas y obviamente sicarios circular por el bulevar principal que policías de transito, no existía otra ley más que la de las armas, el poder que brinda una troca y un cuerno, así son las cosas por acá. Recuerdo bien una noche que justo detrás de la casa quemaron una camioneta en la que escapaban los maleantes para confundir a las autoridades y esto provocó una explosión que dejó sin luz al sector por un buen rato. Qué pinche se sentía para muchos vivir en una colonia privada pero encerrados por el miedo, mis vecinos, esos hijos de puta. A nosotros la paranoia llegó a atacarnos tanto que una vez estuvimos a punto de llamar a la policía cuando al salir del fraccionamiento vimos cuatro cuerpos muy bien acomodados a un costado de la barda que resultaron ser trabajadores de la construcción que aprovecharon su hora de comida para dormitar un poco.

 

Aquí voy de nuevo pero hoy con la ayuda de un conocido busco una nota para la revista que no paga por ellas, quiero poner mi nombre en un plano nacional aunque esto me cueste un poco más, estoy buscando a los otros juniors, a los que desconocen y no les importa si en internet alguien posa con un tigre blanco o sentado sobre un Mercedes. Vine a buscar a los huérfanos de la mafia, a quienes pertenecen al escalón más bajo de la organización, esos al menos aquí, siguen patrullando en motonetas las entradas y salidas. Me fue algo difícil regresar, a pesar de conocer bien el barrio pues soy un chacharero consumado, los domingos acostumbraba pasear por el mercado sobre ruedas buscando chatarras o aguas frescas, pero hoy la desconfianza es mi única aliada, no va a ser sencillo encontrar a quienes pueden llevarme con los dílers.

 

Vago un rato y termino en el lavado de autos que visitaba antes preguntando a mis conocidos y por medio de uno de estos, un bato como de 17 años, consiguió un número de teléfono de quien podría ayudarme a conectar algo, con eso debo llegar, buscando droga para que puedan confiar en mi. Me presentan a Teo, desde que lo vi y me dijo su nombre no puedo olvidar la imagen de Teodoro, la ardilla bonachona que acompañaba a Alvin en sus aventuras, qué mierda de situación, el tipo podría matarme pero yo imagino que es una ardilla parlante. No ha sido tan difícil hacerlo hablar, son gente ansiosa de contarle a alguien su vida, el ego juega un papel importante y así como en las batallas de rap les gusta escupir sobre lo que hacen, aunque sus condiciones fueron sencillas: no nombre, no fotos. Indicamos fecha y hora del encuentro, debía llamar minutos antes, por si se arrepentía.

Llegó afuera de la farmacia como a 15 calles del teléfono publico del que le llamé, ya estaba aburrido y algo cansado, estuve a punto de irme pero no perdía nada con esperar un poco, apareció en una bicicleta. Nos presentamos y en seguida me advirtió nuevamente que no quería pedos.

 

—  Ni una foto, bato.

 

Teo tiene 19 años y su primera encomienda con la compañía  fue hace seis años, acompañaba a su hermano mayor a halconear afuera del Soriana que está a un costado de la entrada de la colonia.

 

—  Frente a los arcos, bato. Me llevaba mi carnal porque como estaba morro los guachos no sospechaban, todo el día ahí sentados, mi carnal hacía como que limpiaba parabrisas y yo acá sentado con el radio sordeado, ahí me aprendí las claves.

 

Lo miro extrañado cuando suelta el primer gancho.

 

—  Pero yo quería ser sicario, pinche loco, ¿veda?.

 

Observo sus manos cuando me dice de sus sueños de asesino, guarda el habito de morderse las uñas igual que yo, las comparo y es probable que al menos el conserve un poco más de dedos. La mirada penetrante convive con las ojeras de alguien más que ganchado con las drogas desde hace tiempo, ya somos dos. Está vestido con mezclilla, zapatos picudos y blancos, una camisa Abercrombie de mangas cortas y carga su rigurosa mariconera. Es de piel morena, casi quemado con manchas en el cuello y la frente. Todo esto me hace imaginarlo como sicario, sin problema. Quiero preguntar si lo fue o lo es pero es temprano, pienso, para eso, nos vamos conociendo. Me pide que apague el teléfono y se sorprende cuando le digo que no llevo.

 

— No mames, hasta los niños traen celular.

—  Yo no, ja ja. Lo perdí y ya no he comprado.

 

No me cree pero parece no importarle.

 

— ¿Y ahora qué haces?

 

Pregunto tratando de empezar una entrevista o romper el hielo pero ahora estoy cagado de miedo, me voy a meter en problemas.

 

—  Nomas bateo, me muevo a las colonias de aquí cerca. En bici, carnal, es una chinga pero las motos ya están quemadas. Cargo poca merca para que no me chinguen si hay pedo, ahorita nomas traje lo tuyo. ¿Si vas a querer?

 

No podría decirle que no, aparte mentiría, estoy movido por mis ansias pseudo periodísticas y mi adicción a la coca. Llevamos varias calles caminando, el tour incluye historias de cada callejón. Aquí levantaron a tal. Aquí encontraron el cuerpo de aquel. Aquí vivía el comandante tal. Entre más caminamos mi paranoia aumenta, no es tarde, miro el reloj y apenas van a ser las 5. A pesar de conocer más o menos el lugar no dejo de ser un extraño caminando al lado de un díler o un sicario o un halcón o lo que Teo sea en este momento para la firma. Si el bato fuera una morra haríamos una pareja perfecta, nomas le falta la campanilla a la bicicleta, la puesta del sol y la lentitud con la que avanzamos apoyan el cursi entorno. Me quiero reír o no sé, me quiero ir. Le quiero hablar a mi ex mujer quien seguramente no me hubiera dejado hacer esto a lo que intento llamarle investigación. Doblamos por varias calles y cada momento estamos más cerca de la sierra madre, al menos la parte que nos toca. Saludamos al negro, un pandillero reconocido por acá, está estrenando casa, en sus palabras, pues acaba de salir de prisión porque lo agarraron con dos kilos de mota en un taxi robado hace unos años, me cuenta Teo. El Negro trae un tatuaje en el hombro con la letra Z. Atuendo de skinhead neonazi, me siento en Historia Americana X pero serie B.

 

—  El bato anda entrevistándome, ya soy famoso negro, a la verga.

— Pues aguas, cabrón.

 

La desconfianza del pandillero es obvia, me observa bien y yo me acuerdo de William, el niño reportero a quien la banda Stillwater llamaba “enemigo” en Almost Famous. Soy el puto enemigo metido en el caserío. Nos despedimos del bato y a unas seis casas nos espera ya quien se hace llamar Junior, el hermano de Teo. Se asoma por la ventana, trae una máscara como las que usan los militares para no ser reconocidos, en el pecho una santa muerte con tinta verde, qué jodido cliché, pienso, pero no estoy ahí para opinar sobre tatuajes, no cuando en mi brazo llevo un elefante rosa. Hay dos motonetas en el pequeño pasillo que está al lado de la puerta que parece quiere ceder ante el tiempo y la miseria. Fuera una camioneta Lincoln que contrasta con el entorno, así son estos cabrones, pienso.

 

—  Aquí también surtimos pero casi nadie se mete hasta acá brother. Pura raza de la colonia que no le culea, unos weyes de una fábrica.  Ah y sí hay un fresa que viene hasta acá y compra un chingo.

 

Claro, siempre hay un wey al que le dicen fresa y les compra un chingo para venderlas en las fiestas de otros a precios más altos, siempre hay uno así. Me invitan a pasar, me siento en un sillón frente a una pantalla que casi ocupa toda la pared, esto sigue siendo un cliché para mi. Sin preguntar el Teo me pone una caguama en la mano, hace mucho calor así que me siento en casa, el espacio es pequeño, la sala es también cocina y almacén, se percata el hommie de mi curiosidad y me dice que casi todo lo que veo es lo que los adictos les han dejado por la piedra. La piedra a mi no me gusta, me deja un espantoso sabor luego de fumarla además de que entre adictos hay categorías y neta no, no me siento de esa.

 

—  Tratamos de no agarrar nada, bato, nomas cosas que si nos sirven como el Xbox. Matando zombies carnalito, así nos la pasamos a veces esperando al cliente, fue un aliviane.

 

Ahora entiendo porque la labor de periodista es tan compleja, me quiero cagar de risa, no imagino a este par de animales jugando a matar zombies, no los veo opinando sobre videojuegos en la página de frikis a la que me afilié sin serlo.

 

—¿Entonces de halcón pasaste a vendedor?

— No carnal, siempre hemos tenido tienda, era del jefe. ¿verdad Junior?

 

Se persigna y levanta el índice al cielo. El enmascarado Junior está nervioso, trae una caguama en la mano, su mirada intimida, mide no más de 1,60, delgado como quién ya le entregó su vida a la droga y al negocio de no dormir más, huele a sudor, cerveza y mariguana, se pasea sin camisa por el lugar, inquieto como un perro de pelea, no responde hasta que encuentra algo debajo de unas veladoras con la estampa de la muerte que se han consumido, tiene las uñas largas y negras.

 

— Éste es mi papá.

 

Me acerca un par de fotografías.

 

— Y pues desde morro me dicen el Junior, el jefe siempre vendió merca, ¿no?. Fue policía en San Luis, lo corrieron porque bateaba la droga que le quitaba a unos weyes, luego se aventó un rato en el topo porque se madreó gacho a un mesero de un congal de Monterrey, por una puta ¿tú crees?

 

Se ríe, nos reímos todos, es una escena de SPUN o cualquiera del nuevo cine mexicano donde hay drogas, nos falta Martha Higareda y sus chiches al aire, nos falta un Bichir o Rafael Inclán, pienso.

 

—  Saliendo se vino acá y a seguirle, es negocio familiar, bato.

 

Las fotos parecen sacadas de Instagram, el contraste del sol y la suciedad genera esos filtros. Se puede ver a Teo sentado en las piernas del capo, es un niño, el niño ardilla, el niño Teodoro. El Don tiene en la mano una escuadra plateada y en el pecho un montón de santos colgados de cadenas de todo tipo de grosor, la vieja escuela, la que influenció a mis Almada, a mi Viejo Paulino. La que la rompía escuchando a Los Cadetes y asando carne. Teo sonríe con nostalgia cuando le muestro la imagen donde sale él. En la otra están los tres contando billetes en una mesa. No parecen ser más de 10,000 pesos. Presumen un par de armas cortas y un cuerno de chivo, de un lado se alcanza a ver una niña con uniforme escolar, es quizá la que lleva la sonrisa más sincera en el cuadro.

 

— Ya me viste la cara, perra madre.

 

Junior no se quita la máscara y tampoco parece molesto de verdad, el exhibicionismo acompaña el estilo de vida de los nuevo narcos, de alguna manera estar ahí enmascarado le da la imagen que busca de tipo peligroso. Desvío el tema y pregunto por su padre, desvío la mirada para no verlo y que no me vea.

 

— Lo plomearon en la carretera a Torreón.

 

Responde Teo, le da un trago a su botella y sigue.

 

—  Iba por una puta el jefe, su perdición. Se enamoraba de putas por eso la jefa lo mandó a la verga.

 

Se ríen los dos con ironía. Yo estoy curioso, no veo por ningún lado la vida de los nuevos juniors de internet, la camioneta de afuera es quizá lo más valioso que tienen por aquí y no me atrevo a preguntar su procedencia, hablan de su padre como un héroe a quien las mujeres lo llevaron a caer pero al parecer no tiene un corrido, no hay una botella de whisky en la mesa ni una banda esperando para tocarles sus temas predilectos aunque la caguama la estoy disfrutando mucho y me siento agradecido pero sé que ninguno es el Mayo y yo por ningún lado seré Julio Scherer. El calor jode.

 

—¿Qué más hacen aparte de vender?

 

Mis preguntas son torpes, se me ocurrió que podrían entrarle al periodismo por puro ocio y no preparé nada para el encuentro, estoy seguro que no lo intentaré más pero ahora debo salir bien librado de esto.

 

— Juego fut, ira.

 

Esto se convierte en una reunión con la tía y creo ser yo esa tía. Están sacando fotografías de una caja de zapatos donde se muestran emocionados con el uniforme del equipo en un campo de tierra, sé dónde es porque vivía cerca de ahí, al lado hay una maderería y locales comerciales que nunca han logrado despegar, los robos siempre joden al que intenta salir adelante por el rumbo. Luego aparecen con armas y sentados en una hielera haciendo señales con las manos, fumando un porro, al lado de una pinta de la guadalupana y por supuesto: de la jefita.

 

— Se fue a vivir con la carnala porque el jefe era muy culero. Le llevaba las morras a la casa, siempre trajo muchas viejas. Ya tenía fama, escuchabas su clave por los radios, traía ya su gente cuidándolo y todo el pedo, íbamos pa’rriba carnal, la compañía respaldaba.

 

—¿Ya no?

— Pues no se ha ofrecido, antes el eje no entraba tan fácil acá a la Mira, les dábamos batería buen rato si se ponían, éramos un chingo y todos armados, con parque pa’ entrarle.

 

En mis manos están sus historias. Sigo viendo cada foto y escuchando cómo con fascinación describen lo ocurrido en ellas.

Teo saca un celular y con el auxiliar lo conecta a una bocina en forma de lata de cerveza que está sobre la mesa de centro donde hay bolsas de mota listas para salir al mercado. Inicia un beat que me recuerda a Cypress Hill o un tema de Caló, no sé, estoy nervioso. El asunto está mal grabado pero se distingue bien la voz, habla de drogas, asesinatos, claves y me percato que todo sucede en la ciudad, mi ciudad. Más de una ocasión la mencionan.

 

— El bato era estaca, grabo unas rolas pero le dieron piso los marinos ahí por el Colosio, gacho. Su jefe era comandante, se encabronó, se dejó caer al topón al otro día y también lo sentaron.

— Que en paz descansen.

 

Interrumpe Junior. Yo pienso en el Blvd. Colosio y en todo el desorden de curvas uniendo algunos de los fraccionamientos más exclusivos con el Blvd. Mirasierra; columna vertebral del complejo en el que me encuentro esta tarde, quiero robarme una foto, debo hacerlo porque de no ser así no habrá valido la pena todo esto.

 

—¿Me puedo quedar una? Igual la escaneo y la regreso, les borro las caras.

— No bato, al chile no.

 

Teo se molesta, comienza a guardarlas en la caja rápidamente y me mira con desconfianza, creo que ya jodí todo, si pensaba robar alguna convertí esto en una mala idea. Puedo terminar con una madriza, mínimo. Avisé que estaba interesado, no hay forma de desaparecer alguna fotografía. Busco a Junior en la habitación, lo imagino colocándome una escuadra en el cráneo y me pienso también protagonizando un video donde les pido a todos los periodistas que no sean tan metiches porque les puede pasar lo que a mi, pero no, no soy periodista y no siento ninguna arma en la cabeza así que me escondo una Polaroid por la manga de la camisa que llevo, soy un pendejo.

 

—¿Llevan mucho aquí?

— Nos movemos pero siempre en la colonia, es nuestro territorio. Mi jefe desde que le cayó al salto se acomodó aquí, cerca de la sierra pa’ poder perderse si se necesita, a veces bajan osos, wey.

—¿Cómo le hicieron para aguantar los madrazos cuando estaba más rudo y seguirle?

— Tenemos apellido, carnal. Hijos de narco de los viejos, de verdad. Somos malandros desde que nacimos, no teníamos de otra, esta es nuestra escuela y eso quieras que no, te da protección. Eso y el cuerno que está en la troca. La neta nomas una pelotera me tocó, aquí en la calle de arriba, pegada a la sierra, no me acuerdo el nombre. Casi me cago.

 

Nos reímos los tres, de alguna manera el cuerno que está en la troca es también mi protector, al menos hoy. Mañana que busquen la foto puede ser mi verdugo. La noche cayó y sinceramente dejé de sentir miedo, observé tres ventas de droga. Teo salió y entró unas quince ocasiones y el radio que tenían ahí solo interrumpió dos veces para enterarnos que había un convoy de estatales en una colonia cercana y para confirmar una entrega pero las palabras cada momento son más cortas, sigo siendo el enemigo a pesar de que me he tomado tres caguamas  o cuatro con ellos; se me suelta el hocico, siempre se me suelta el hocico.

 

— ¡Todos unos juniors de la mafia!

Junior me miró fijamente, dejé mi cara de “como siempre la cagué por andar bebiendo” y esperé que su respuesta no incluyera armas o tablas. Mi comentario era inofensivo pero el tono en que lo dije me había molestado hasta a mi. Teo al parecer no me escuchó o estaba preocupado por otras cosas. El alcohol y mi boca no se llevan bien, siempre después de unos besos botella-labios termino escupiendo pendejadas que a la fecha me han dejado sin amigos o trabajo. Cuando bebo no conozco de modales. A ver si no me meten una chinga.

 

— Chingandole desde morros, compa.  Pa’ tomarse fotos todos se ponen pero no se levantan temprano a atender a los de la maquiladora que llegan bien erizos en domingo carnal. ¿Apoco uste’ se aventaría la navidad aquí encerrado?

 

Me sentía retado, me sentía intimidado y él continuó hablando, cada momento más serio y más amenazante, yo cada momento más en una fosa, más sin una extremidad.

 

— Mientras usted anda escuchando corridos arriba de un carrito y haciéndole al Komander yo ando cobrando en la troca con batos que se ponen muy pendejos o aquí batallando con los pinches drogadictos. Ser el hijo del chingón no es pa’ engrosarla con eso, es para mantener el apellido donde lo dejo el jefecito.

 

No había más para seguir con la plática, me terminé la cerveza y les agradecí que quisieran hablar un rato conmigo. Teo se fue a hacer una entrega antes de que yo saliera y Junior se ofreció a acercarme a un lugar donde pasara un taxi, últimamente no hay taxis. Solté la fotografía con mucha discreción, estaba muy cerca pero el miedo me venció.

 

— Aquí no van a llegar, ni a comprar se acercan.

 

De camino me fui en silencio, no deseaba reanimar la plática pues corría el riesgo de que me pusieran una chinga, mínimo. En la camioneta nunca vi el cuerno de chivo del que habló, todo era un desmadre de envolturas de papitas y latas de refresco o cerveza vacías, íbamos escuchando rap que igual hablaba de estacas y sicarios. En el espejo retrovisor traía colgado un rosario de piedras verdes con la imagen de San Judas y al lado una especie de escapulario con una fotografía enmicada pegada con silicona en un costado; un niño de unos cinco años, no más, con la sonrisa intacta.

 

—  ¿Tu hijo? Compa.

 

Pregunté con cierta incertidumbre, no habíamos hablado nada de la familia, al menos no de esa; la propia.

 

—  Es el que sigue, ya nomas que esté más grande me lo traigo a que conozca el negocio, a la escuelita, Carnal.

 

La escuelita. Antes de darme cuenta ya estaba en un taxi camino a casa, no llevo la foto robada de dos dílers en las manos, no sé por qué no la robé. Es complicado asegurar que la lucha contra el narco ha ido ganando cuando no se adentran a los rincones del negocio, capturar a los hijos de un narco mundialmente conocido no deja de ser demagogia pura. Hay un montón de capos de cepa en proceso y les agrada estar lejos de los reflectores, así han sobrevivido al negocio por años y yo pensaba hacer famosos a dos, aunque me maten.

Historia Anterior

Métodos por Gabriela Cano

Siguiente Historia

No quería que pasara por Ivonne García Lemus