Hay tantas cosas, querida mía, que no sé.
No sé, por ejemplo, tu sonrisa,
gigante bajo el amplio cielo de una tarde de verano,
cuando acerco mi boca a tus oídos
y te susurro las fábulas del viento.
No sé, ya dirás, ese calor
que desprende tu sexo en invierno,
en el que fácilmente se podría
derretir un nevado.
No sé tampoco tu
melena color óxido
que te cae rizada por la espalda
y que deja manchas cobrizas
sobre los lunares de tu cuello.
Hay tantas cosas, querida mía, que no sé,
que no sé si quien habla es el recuerdo
o la idea de lo que pudo ser.