Diseño de Raymundo Delgadillo
Dicen que todo libro se conoce por su portada, aunque a veces ésta en realidad lo camufla, lo sepulta o lo cambia. En el libro, el libro-objeto, el contenido –aunque es el motivo– resulta apenas una parte subordinada a todos los elementos de formación: tipografías, tamaños, tipos de papel, forros, color, imagen, sello editorial… y eso sin mencionar el aspecto comercial de la mercadotecnia y la publicidad. Por la portada no siempre se conoce el libro primigenio (la creación de un autor), pero pueden saberse detalles de los que pende su existencia, como su posición social, su pertinencia política, su círculo de influencia, su misión encubierta.
Una portada en demasía atractiva es la que envuelve en 2019 a la Feria del Libro de la Universidad de Guanajuato (FLUG). Como bien vislumbró el maestro Carlos Martínez Assad, en el primer día de actividades durante la presentación de su libro sobre Ibargüengoitia, la FLUG, lo quiera o no, es un eterno homenaje al Cuévano que los académicos letrados del terruño nunca se cansan de evocar. Aunque dedicada a Alfonso Reyes, el rostro de la FLUG es una ciudad-libro que impera ante túneles y cerros trazados con rectas y curvas en naranja y azul. Ciudad-libro donde tanto se ama al objeto de lectura que se desechan sin miramientos joyas patrimoniales sólo por sus páginas viejas y húmedas en la biblioteca central.
La FLUG ha ayudado durante seis décadas, y ahora un año, a cimentar la identidad universitaria de Guanajuato, ha impulsado la actividad académica y cultural que tanto caracteriza a la pequeña capital y, como es su objetivo fundamental, ha motivado la lectura entre la comunidad. En tiempos pasados, donde la provincia era todavía una marca segregaría, para los estudiantes, en especial de las áreas humanísticas, la FLUG representaba una puerta al mundo de las ideas y la modernidad mediante títulos y diseños editoriales tanto clásicos como novedosos. En la actualidad, una feria del libro todavía es emocionante para muchos lectores y creadores que –quizá por estatus– cada día van en aumento, mas se ha convertido en una tradición institucional que es menester cumplir para mantener cierta prestigiosidad, sobre todo en una tierra donde, aunque la violencia está al tope, hay cielo azul y sol cálido propicios para el progreso, al menos ante las cámaras y una que otra (in)consciencia de sus dirigentes y habitantes.
La 61 FLUG, tal como lo dice su portada, es un festival cultural donde se convoca no solo a la producción editorial ni al estudio interuniversitario, sino también a la música, la danza, el teatro, las artes visuales, el cine, el periodismo y todo lo que tenga cabida so pretexto del libro. En los anaqueles, la diversidad también es bienvenida –aunque los precios no se distingan ante los de cualquier otra librería–, y puede encontrarse desde el gran Roahl Dahl, excelso y crítico escritor de cuentos infantiles, hasta las versiones en historieta de series televisivas que se publicitan en líneas de artículos escolares; igualmente pueden hallarse colecciones valiosísimas de los grandes pensadores de la historia, hasta un recetario básico para que el estudiante –para nada promedio– no pase hambre, o algún título, más panfletario que propositivo, sobre uno que otro tema polémico en boga.
Lástima que en los recintos la audiencia voluntaria –no la que busca créditos curriculares– no corresponda del todo con la que una celebración tan renombrada debería convocar, ni justifique la ardua planeación y producción de un magno evento institucional.