El sol y la muerte de Gonzalo Rojas

Como el ciego que llora contra un sol implacable,

me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,

quemados para siempre.

 

¿De qué me sirve el rayo

que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,

si he perdido mis ojos?

 

¿De qué me sirve el mundo?

 

¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,

y a dormir, y a gozar, si todo se reduce

a palpar los placeres en la sombra,

a morder en los pechos y en los labios

las formas de la muerte?

 

Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado

al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,

y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto

de aquel monstruoso parto.

 

Hay dos lenguas adentro de mi boca,

hay dos cabezas dentro de mi cráneo:

dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,

dos esqueletos luchan por ser una columna.

 

No tengo otra palabra que mi boca

para hablar de mí mismo,

mi lengua tartamuda

que nombra la mitad de mis visiones

bajo la lucidez

de mi propia tortura, como el ciego que llora

contra un sol implacable.

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