La historia de la joven poeta y el docente se reduce, aunque el hacerlo no quiere decir que pierde su impacto: fue enamorada para mantener relaciones con él y tras el coito fue abandonada; el efímero noviazgo recuerda a algunas piezas literarias, en particular las referentes a los burlones e ilustra la complejidad de las relaciones humanas. En esencia, el movimiento #MeToo se orienta a ellas, o más bien acusa o denuncia (dependiendo del caso y las circunstancias) a personas con cierto estatus que han abusado a otras, en particular a mujeres. En estos últimos días, el efecto del movimiento parece disiparse debido al suicidio de Armando Vega-Gil, uno de los señalados por #MeTooMúsicosMexicanos.
El caso de Armando no es para tomarse a la ligera. Por un lado, no se conoce, al menos de momento, si la acusación es verídica. En este sentido, el conflicto real es preguntarse si es posible verificarla; también, es imposible no caer en una serie de cuestiones discursivas —unos podrían tildarle de insensibilidad, otros de querer volverle un mártir de los señalados con o sin sustentos y unos, en un caso extremista, de misógino. Por supuesto, el conflicto y las cuestiones discursivas han evidenciado la polarización y los errores del movimiento: el calor del mismo, las inconformidades y la masa social vaciada en las redes sociales (una nueva manera de hacer activismo social y político). Por otro lado, el suicidio del artista evidencia uno de los temas relevantes: la salud mental.
En Mexico, la salud mental no es un área que ha sido cubierto, hay una falta de concientización, debido a que no se recibe atención por múltiples razones y uno de ellos, quizás el más arraigado, los estigmas y la ignorancia en cuanto a los padecimientos mentales. Si bien hay espacios en donde se pueden atender, no son suficientes para cubrir las necesidades de la población: 51 centros integrales de salud mental, 32 hospitales psiquiátricos y 54 villas de transición hospitalaria; 26 entidades cuentan con infraestructura para atender; y 19 estados cuentan con al menos una cama en sus respectivos hospitales generales para atender a pacientes psiquiátricos. Asimismo, el presupuesto designado no cubre los gastos necesarios y hay pocos especialistas.
La depresión es el principal padecimiento mental entre los mexicanos. Al menos entre los cercanos y los seguidores de Botellita de Jerez, era conocido el estado de salud mental de Armando Vega-Gil y el mensaje dejado en su cuenta personal de Twitter produjo respuestas que podrían catalogarse, al menos en lo general, en dos grupos polarizados, uno orientado a una falsa alarma (querer llamar la atención para deslindarse de posibles responsabilidades sobre la circunstancia) y otra a una real. En ambas circunstancias, las voces en las redes sociales sí sonaron como trompetas del Apocalipsis y su función, aunque crueles en muchos casos, parecieron funcionar como jueces y verdugos. Justo en este punto es cuando realmente el suicidio apuntó ala fragilidad no del movimiento sino quienes administraron el #MeTooMusicosMexicanos: no supieron controlar el flujo de información, no hubo un sistema para discriminar los casos verídicos de los infundados y no hubo manera para controlar los comentarios de usuarios, muchos de ellos mezquinos o desagradables —por ejemplo, algunos se mofaban de la amenaza y el mismo sujeto. En las redes sociales, al menos en este movimiento (claro, visto en y desde México), se perdió o más bien nunca hubo la posibilidad de presunción de inocencia o una defensa como tal por la parte acusada. El caso de este músico tiene similitudes con el de Adán Brand, quien obtuvo el Premio Joaquín Xirau Icaza, pues también fue acusado anónimamente, pero se comprobó que la acusación era infundada.
Con lo anterior, no se pretende desprestigiar o reducir la potencia del movimiento —en efecto, nace con fines de activismo político y en pro de las víctimas— o negar la existencia de casos de hostigamiento, acoso, abuso y violencia sexual, sino señalar su principal carencia: un sistema para discriminar las acusaciones ciertas de las infundadas. Esta ausencia explica la extraña sensación de que era una cacería de hechiceros y brujas, dando un efecto de desconcierto; la existencia de denuncias formales para defender el honor y el desprestigio en que parece haber caído el movimiento. Tampoco se pretende convertir a Armando Vega-Gil en un mártir ni volverle un símbolo contra el movimiento: el feminismo busca construir relaciones sanas entre los géneros, proteger y potenciar a las mujeres; es una defensa ideológica que busca el equilibrio de fuerza y el combate de las desigualdades. El fin es hacer un ejercicio de crítica para renovar o deconstruir el movimiento. El gran problema del movimiento es justamente individuos, que lo emplearon para desprestigiar a otros y su carencia de filtro.