Y ahora que te oigo llorar en lugar de ir hacia ti
me vuelvo a anestesiar y me limito a subir el volumen del televisor;
o me concentro en recordar, para no pensar en ti,
que tendría que llamar, que alguien venga a reparar
la gotera de una puta vez.
-Nacho Vegas
Solía escribir los viernes por la noche. Ella era como un puzzle o quizás un juego de ajedrez; la mayor parte del tiempo ni siquiera la entendía y eso no importaba, a final de cuentas ¿quién entiende plenamente a una mujer? Pero no era cualquier mujer, no, no era cualquier mujer. Aquí donde me encuentro los rojos carmesí son los de la misma piel y los grises son matices del olvido, ahora enterrado. Imagina cuán felices fuimos aun sin entendernos, aun sin dibujarnos; lo nuestro consistía solamente en completar lo que hacía falta a dos cuerpos sedientos. Que desgraciada mi dualidad cuerpo-alma, porque ahora los viernes por la noche los dedico solamente a leer y releer lo escrito por estas manos, convirtiendo todo en un epítome de nuestra historia.
Ayer te recordé, fue una imagen translúcida de tu cuerpo semidesnudo lo que cruzó por mi retina dejando un halo de memorias frente a mí. A veces pienso que no debió terminar; es un estado mental inconsciente que me ahoga por momentos. Nos quedaron canciones, fotografías, sombras, marcas en la piel, grietas, hielo, tallos de flores, helio, juguetes, metales, pulseras, muñecos vudú, heridas, labios que ahora tocan otros labios, sonrisas eternas, luces, fuego, velas, esperma, frío, polvo intergaláctico, zumbido de los mosquitos, sudor en las sábanas, soledad y un cúmulo de estrellas en el techo.
Ayer te recordé y escribí en un papel una línea vacía, sin espacio y sin tiempo; imaginé que podía verte por un instante más, sin censura. Pensé que podría besarte, que podía abrazarte, que podía unirte a mí como el fuego se une con el calor al consumirse, pero nada de eso resumiría lo que quiero expresarte, así que decidí escribirte como lo hacía antes (los viernes por la noche) para decirte que por el resto de mi vida una parte de mi cuerpo siempre va a sentirse en soledad porque no estás.
Y aún andarás descalza por mis sueños, donde te encuentro entre gigantes y libélulas fluorescentes en el Olimpo. Algunas veces despierto a medianoche como levitando hacia el cielo, pero el techo me detiene y cuando caigo a la cama te encuentro entre las sábanas, entonces te descubro desnuda sin abrir los ojos; duermo sobre tu monte de Venus hasta el amanecer y me doy cuenta de que las sábanas frías son el retrato de una soledad tan concurrida. Nunca estuviste aquí. Tal vez nunca estuviste de verdad o tal vez nunca estuvimos. Hace tiempo te hice la promesa de no dejarte libre nunca, y hasta hoy no lo he hecho, pues aunque te advierto a cientos de kilómetros lejana, vives presa en estas líneas y en los libros que he escrito no para vos, no para nadie, no para mí; libros escritos con mis pesadillas y tres cuentos de amor. Desde que te marchaste (o me marché) para siempre conservo un dejo de tristeza guardada en el hemisferio izquierdo, para pensarte inconscientemente con ese agridulce sabor a olvido y a fantasmas del pasado.
Te encuentro en las canciones, cuando de las esquinas de mi habitación suena Antony and the Johnsons te me apareces como difuminada, te encuentro en Rayuela, en los trazos de Joan Miró, en los versos de Oliverio Girondo, en la voz de Mercury, en The Great Gatsby de Fitzgerald; pero sobre todas las cosas te encuentro cuando voy caminando, en mis cartas no entregadas, no escritas; en la cama vacía, en los cuentos que escribo, soñando que algún día leerás.
Y finjo que no lloro, que me vuelvo esclavo. Entonces como cada viernes al escribirte te imaginaba semidesnuda a contraluz para familiarizarme con tus lunares hoy los recuerdo de memoria y te dibujo. Entonces como cuando te tomaba de la mano y mis dedos se doblaban para no soltarte hoy los admiro extendidos llenos de vacío. Entonces te recuerdo antes de despertar y a ratos finjo que no lloro. Entonces te encuentro algunas veces caminando, pero no me ves. Y te contemplo. Y me entran unos celos retrospectivos sólo de pensar que te admiran desde cientos de perspectivas, como yo lo hacía.
Fui un pasajero allá entre tus sueños… Yo sólo quiero que recuerdes eso.
Yadazara te nombré para no olvidarme de tu nombre, de tu cuerpo diáfano al posarte sobre la ventana, tan monumental, paralela a la luna que se nos derramaba como alcohol. Ahora que te tengo y no, he llegado a la trágica conclusión de que serás sólo dos cosas en mi vida, mi Annie Hall y todo.
C’est fini.