Las cartas siempre me han atraído. Leí la biografía de Frida Kahlo y las que le mandaba al doctorsito, su amante. Leí “Cartas a Chepita” y son realmente hermosas, llenas de poesía, pero sobre todo de amor puro.
Las de la primera, me llenaban de intriga, es como si yo fuera la íntima de Frida y me las enseñara antes de mandárselas al tipo.
Las de Sabines, me ponían toda cursi y melancólica y me daban tantas ganas de que alguien me escribiera así.
Cuando cursaba la primaria. De verdad ya no recuerdo cómo inició, pero hubo un tiempo en que mi mejor amiga, Verónica y yo, nos escribíamos cartas. Lo chistoso o quizá interesante es que algunas las llevábamos a correos a pesar de que el pueblo es muy pequeño. También es chistoso porque a veces nos las entregábamos diciendo “no la leas ahorita, hasta que llegues a tu casa”.
Otro recuerdo es que cuando apenas cursaba el primer año de secundaria, un tipo comenzó a mandarme cartas a través de un amigo en común. El asunto era: estaba enamoradísimo de mí. Las primeras que recibí estaban bien escritas y hasta tenían su respectivo sobre. De momento, yo estaba emocionada: tenía un admirador secreto y estaba enamorado de mí. Cabe mencionar que tenía doce años; lo de las novelas y las caricaturas era lo que sabía en cuanto a enamoramiento. Las primeras cartas, se las respondí según yo, bien.
Para no hacerla larga, porque sí está larga esta historia. Esas cartas las rompí y quedaron en el bote de basura de mi salón de clases.
Pasando los años y si había oportunidad de escribir una, lo hacía.
En la adolescencia, entre los 16 y 19 tuve unos cuantos enamorados los que me llenaban de ganas de escribirles alguna, pero nunca ocurrió y de su parte, tampoco.
Sólo una vez, ocurrió con un pretendiente. El susodicho era trovador y de vez en cuando componía. Una noche, inesperadamente, recibí en mi celular un mensaje de texto. Era un poema que me había escrito. Me gustó y mi corazón palpitó fuerte. Lo demás no es historia. Porque no me convenció del todo y en ningún momento llegamos a ser novios. Sólo quedamos como conocidos, porque ni siquiera quedó amistad.
Todavía guardo cartas de hace años. De buenos amigos y al pasar los meses las saco de “La caja para cartas” y comienzo a leerlas, reviviendo recuerdos e ilusiones.