“He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más formar fila para morir.”
Alejandra Pizarnik.
El tic-tac de mi reloj
me estresa
indica que algo se acaba
pero no sé qué
Lo aviento al río
y corro para escapar,
pero no lo logro.
El tic-tac está en el aire
en el asfalto
en las personas
que en mi cabeza
veo
caminar.
Pareciera que está
en todo aquello
que tenga movilidad
¡Es repugnante!
El alivio está
en lo que no habla
(como una sopa de letras)
en lo que no siente
(como un café frio)
en el reflejo
de las navajas,
en el clonazepam.
Los libros de medicina
explican que la arteria femoral
es de las más grandes del cuerpo.
Tardaras cinco minutos
en quedar como contenedor vacío
si se disecciona.
Ahora comprendo que el tic-tac
desaparece cuando lacero
mis arterias.
Lobotomía.
El dolor de cabeza
es insoportable,
como si una tonelada
de fierros viejos
la aplastara.
El chillido
de 676 pájaros
corre por los conductos
auditivos
y los globos oculares
explotan
como fuegos
pirotécnicos.
La calidad
del pensamiento
es deplorable
Pienso que
en cualquier momento
voy a dejar de
respirar.
Las
alucinaciones
son reales:
Las miradas en mi cuarto,
el vómito agrio,
los martillos golpeando el techo,
y mis manos con ampollas.
El médico dijo
que el tratamiento
lleva por nombre.
Lobotomía
Consiste en golpear
una vara metálica
parecida a un pica-hielo
con un mazo de caucho.
Apunta a las entrañas de mi cabeza,
quema mis nervios,
dejando irreconocible
el mundo que alguna vez viví.
El médico dice que estoy curado
pero los síntomas y yo
no le creemos.
*
Las secuelas de la neurocirugía
me arrebataron a mi padre
debutando mi adultez,
desde entonces
lo que más extraño
es compartir la hora de la comida.
Recuerdo que desde chico
nos divorciamos de mi madre,
a partir de ese momento
hasta sus últimos atardeceres
fue una constante búsqueda culinaria.
Aprendimos juntos
desde calentar una tortilla
hasta preparar pozole,
nuestro platillo favorito:
frijoles enlatados con queso.
Comiendo te recuerdo más que nunca,
pienso que no como sólo
porque estás cerca cuando se trata de comer.
Hoy quiero decirte.
Buen provecho.
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Caminante de las calles de Querétaro, Javier Pacheco poeta de veintitrés años le escribe a la cotidianidad de la urbe, a las enfermedades mortales, a la sensualidad de los cuerpos femeninos y se inventa un antídoto para la rutina en sus visitas al parque. Paramédico de profesión, le regala sus ratos libres a la música que se ve reflejada en la melodía de su pluma y el ritmo de sus versos. Pacheco descubre su naciente pasión por la creación literaria al escribir las letras de sus canciones, actualmente participa de manera activa en la escena poética queretana asistiendo a talleres literarios y lecturas en variados foros de la ciudad. A participado en la publicación de El mundo no se acaba por ediciones El Humo 2018.