Creí por Enya R. Solis

Por un instante eterno, por un momento burdo, un espacio cerrado, un círculo vicioso, un mal adecuado, un núcleo efímero, creí que existías. 

Que deslumbrabas perpetuo entre la adversidad de tantos rostros distantes y ajenos. Ahogado entre gotas de ardiente sudor. Inundado por la abriga corriente que este puto mundo coge entre sus puños, sambutidos en un desconcierto interno. Pasaba desconsuelos y desvelos entre las sabanas que pintaban tu silueta enmarcada con rasgos fallidos de desamores, pensando unas cuantas veces en lo que me mostrarías a través de los ojos que tuvieses, anhelando con temor el descubierto de palabras perdidas, acciones hipócritas y desaventuradas lúdicas. Vislumbrarías el encanto masculino, arqueado del calor de tantas mujeres, de tantos pecados, de tantos miedos, de la codicia y el despecho. 

La furia errante del ego marcado en lo alto de tu frente. 

Lamentarías el día en que decidiste nacer, tanto como amarme. 

Estarías preso en una rutina desgastante, traslucida e inconfundible. 

Arrastrando sobre el asfalto las largas ramas de un pasado sin memoria, lleno de abismos, de pasajes, de sueños que abandonaron la espera de un porvenir rotundo y pretencioso. 

Trazado con años demás que solo se ilustran con una luz ultravioleta. Pretendiendo que nada es lo que parece, que todo parece poco, con danzas improvisadas, previstas ante un altar de muertos. 

Ciego, pero nunca ante lo evidente, sordo a las mentiras propias, los clichés, a las oportunidades. 

Enviciado a todo lo saturado de los bares, de cada burdel, de cada pizca de peligro.

Sangrando en seco, culminado por escarchas severas, entrañas profundas comiéndose entre sí. 

Rechazado bajo su propio brazo, sin suerte desorientada e inconclusa. 

Atrapado en amores bohemios, breves, desconocidos, ilustres y desgarradores. 

Marcado por experiencias, por golpes imprevistos, por amuletos perdidos, por causalidades adversas. 

Te encuentro en diversas manos, en tonos diferentes. 

Te encontré en hojas dispersas, en canciones sin sonido, en letras marchitas. 

Inquebrantable, indescifrable.

Incite que me tendrías en incertidumbre, que la realidad estaría teñida cruelmente en tu rostro, que la verdad estaría presa en tus caricias mentirosas.

Por un momento incongruente, con un suspiro gustoso de pulmones humorosos, con lágrimas insípidas, creí que existías.

Que me arrastrarías, me desgarrarías cada argumento sin valor, cada sentimiento sin sentido, cada beso sin promesa.

Que el futuro indefinido romperían los límites con el fin de atascarse.

Que amarías el dolor, el olor a sudor en la cama, el llanto de mi alma, el miedo a estar solo. Que a través de tus pedestales, espinas y desconsuelos súbitos encontraría ese amor secreto a la soledad.

 

Creí, cohibidamente, irremediablemente, carajo, creí que existías.

 

Historia Anterior

La Cama de Juárez por Miguel Toral

Siguiente Historia

Entre lloviznas por Yessika María Rengifo Castillo