¿En qué piensas mujer preciosa? por Gabo Díaz

Foto de Héctor Manríquez

 

Ya no aguanto mis pies de estar sentada todo el día, pero no me puedo parar por mucho tiempo porque le estorbo a la gente cuando pasa caminando y lo último que quiero es que alguien se enfade conmigo, el otro día una señora me pateó mi mercancía y ni permiso pidió.

 No me gustan los gestos que hacen cuando me miran y de los apodos que usan para referirse a mí, ni se diga; “india” “negra” “pobre” “estorbo” etc., aunque ya me acostumbré a ver y escuchar casi de todo, igual me duelen mucho.

Pero no tanto como me duele mi hijo, por cierto ¿Cómo estará que hace años no lo veo? No me importa si no me ayuda con unos centavos, que, aunque no me caerían nada mal, sólo quiero verlo, me hace falta ver a mi muchachito para saber cómo está. Tengo fe en Dios que no le falta nada, no me gusta verlo con esos hombres que se la pasan de vagos, pero por lo menos no pasa hambre como conmigo -soy una mala madre- a fin de cuentas, él ya está grandecito y decidió partir por su camino. Igual que su papá.

Su papá hizo lo que pudo, pero nomás no aguantó y se fue -éramos una carga- a veces lo veo pasar por aquí y hace como que no me conoce, pero yo sé que sí se acuerda de mi porque una que otra vez lo he mirado darle una torta o una mandarina a mi julieta. Lo que me da coraje es que la vea como una desconocida y ella ni sabe quién es y ni se lo diré, ya bastante tiene con la vida que nos tocó, además, si le digo se enoja y luego no le recibe las “migajas” de su apá o peor aún, se enferma más del estómago y de por si no tengo dinero para mis medicinas y esta menosp… manost…. Menospau… menopausia, eso, no me deja andar a gusto en el día.

¿Pero qué puedo hacer más que aguantarme? Con lo que mi niña gana de la bolsa de paletas de dulce que ofrece y lo poco que me compran unos cuantos, apenas y subsistimos, la pobrecita de mi niña ya ni zapatos buenos tiene; de ratos me doy cuenta que anda toda achicopalada mirando a los demás niños pasar de la escuela con su ropa bien planchada, la mochila llena de chucherías de libros y lápices y hasta un refresco traen, ellos tuvieron suerte y mi hija no.

Yo no tuve suerte, antes agradezco que terminé la primaria, pero la vida está más canija y más de mamá, sobre todo en estos tiempos. Ahorita ya no acabalo muchas cosas que antes compraba con 20 pesos, de hecho, ayer no comí, le dije a mi hija que no tenía hambre para que ella tuviera más, ya con eso me basta para ser feliz.

Pero no me quejo, porque hay unos que no ven, que no oyen, o que les falta algo de su cuerpo y nadie les ayuda, andan solos mendigando por las calles, yo aunque no sea mucho y de lo poco que sé hacer, trabajo y tengo un motivo para ver pa´ delante, aguantarme el frío, el hambre, la vergüenza y lo que sea por mi hija que me queda, ella lo es todo.

Esta semana estuvo de la fregada, pero ojalá hoy me vaya mejor que ayer. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amén.

Hoy es un nuevo día.

 

Historia Anterior

La música que Inspira Por Moisés Campos

Siguiente Historia

La Chica del Banjo por Javier Arroyo