Los que no conocen México, ni lo han visitado, deben saber algo muy importante: es un caos sonoro. La cantidad de contaminación sonora es altísima. Pero los ruidos generados son endémicos, no existen en ninguna otra parte del planeta. Que el reparto de gas sea más estruendoso que la explosión de la pipa que lo transporta; sólo en México.
Me gustaría hacer aquí una pausa necesaria. Es muy importante la clasificación de los ruidos, así que los dividiré de la siguiente manera: los esporádicos, los de siempre, los diurnos, los noctámbulos y los imbéciles y/o innecesarios.
Desde hace más treinta y cinco años una tía mía vive en Viena. Está casada con un suizo y la primera vez que Andreas —el suizo— pisó México, no paraba de decir que es un país muy ruidoso. “Ni en la India”, pronunciaba. Obviamente no lo decía de una manera peyorativa, todo lo contrario, su tono era de asombro. Ejemplos de ruidos diurnos hay para escoger. Está el odiado sonido de los vendedores de gas. Pasan a diario, tempranísimo y haciendo un escándalo como de carnaval. También está el mítico —hasta su discurso circula impreso en varias playeras— comprador de chatarra, que con su megáfono —con un alcance de un radio de 5 kilómetros—, va ofreciendo la compra de “colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendan”. Este tipo de ejemplares se los encuentra en cualquier zona, barrio o estado. Pululan. Estado de extinción: lejana.
Los noctámbulos son menos escandalosos, tienden al compadrazgo, se notan amables, fraternales. Un ejemplo de éstos, son las taquerías. Sobre la calle donde vivo, todas las noches, dos taqueros emergen para alimentar a todo tipo de clientes. El sonido sus televisores, las martajadas del cuchillo contra las tablas para trozar la carne y el “pásele güero, ¿qué le damos?”, no cesan hasta las 2 de la madrugada. Estado de extinción: lejana.
Los esporádicos, son más difícil de identificar, por su naturaleza huidiza y temperamental. Su avistamiento es escaso, ¡si los ves, considérate un afortunado! Poniendo al máximo de nuestra atención y los sentidos a tope, los podemos oír y hasta contemplar. Un ejemplo de éstas criaturas nocturnas, son los vendedores de camote y plátanos machos. Existen desde tiempos inmemorables —¡mi abuela Luz María los escuchaba de niña!—, pasando por las calles a pie, con su carrito de metal, con una chimenea circular y un fogón en la parte inferior. Algo muy característico de estas máquinas, es el sonido que producen: un alarido entre espeluznante y ensordecedor. Estado de extinción: alta.
Los imbéciles y/o innecesarios, son tan absurdos como ser un darks en Acapulco. Hacer sonar el claxon todo el tiempo, no sabiendo —por idiotas y no por otra cosa— que sólo se debe usar de manera esporádica y para prevenir un posible accidente. Aquí también entran las mentadas de madre entre automovilistas, los piropos, los chiflidos y los del gas. A esos que los empalen —perdón, exageré un poco, pero la verdad que sí son muy molestos—. Estado de extinción: lejana.
Moraleja: si viene a México de visita, a vivir o lo que sea, no olvide traer sus tapones para reducción de ruido; los va a necesitar.
